4º Durante el año. Verde.
Sof 2, 3; 3, 12-13; Sal 145, 7-10; 1 Cor 1, 26-31.
Evangelio según San Mateo 4, 25—5, 12
Lo seguían grandes multitudes que llegaban a Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tiene hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.
Puntos para tu oración
‘Al ver la multitud’… es cuando Jesús reacciona, se detiene y sus discípulos se le acercan. Y Jesús toma la palabra y les enseña. Es aquella multitud peregrina, buscadora también seguro que insistente, esa multitud presente y hasta un poco molesta que al mismo.
Jesús y sus discípulos les hace cambiar el ritmo, les hace de alguna manera frenar. Les hace escuchar la multitud en sus palabras pero también en sus gestos y rostros. Esa multitud que está en situación de calle, o en los semáforos, o migrando de sus tierras de origen. Multitudes llenas de rostros y gestos. Frente a todos y cada uno de ellos y de nosotros mismos, Jesús nos presente un plan de vida, nos presente un plan para nuestras vidas que tiene como columna vertebral nada más y nada menos que la Felicidad.
Marcos Alemán, SJ.
Oración al Señor de la paciencia
Tú que dijiste “aprendan de mí que soy paciente y humilde de corazón”,
dame la gracia de la paciencia suficiente para soportar las largas esperas,
para adaptarme a los imprevistos,
para tolerar lo que me da fastidio
para convivir con mis límites.
Cristo, Señor mío, concédeme la paciencia necesaria
para dialogar con quien es insensible,
para preservar ante las frustraciones,
para afrontar la adversidad
para creer en lo que es posible.
Cristo, concédeme la paciencia indispensable
para apreciar las cosas sencillas,
para asumir el desafío de cada día,
para poseer un corazón servicial
y para confiar en tu providencia.
Cristo de la paciencia, que se cumpla en mí tu promesa:
«Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia”.
Señor de la paciencia, hazme con tu Gracia
merecedor de la Vida eterna,
felicidad sin fin junto a ti,
por la que vale toda espera
y todo sufrimiento transitorio en este mundo.
Qué Tú seas siempre mi última esperanza.
Amén.
Anónimo.