Miércoles Santo. Morado.
Is 50, 4-9a; Sal 68, 8-10. 21-22. 31. 33-34.
Evangelio según San Mateo 26, 14-25
Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me darán si se lo entrego?” y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: “¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?”. Él respondió: “Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: ‘El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’”. Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará”. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: “¿Seré yo, Señor?”. Él respondió: “El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquél por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!”. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: “¿Seré yo, Maestro?”. “Tú lo has dicho”, le respondió Jesús.
La misericordia es el puente que conecta las almas. Cuando la cruzamos, descubrimos la belleza en los demás.
La misericordia es el puente que conecta las almas humanas. Es un camino de amor y comprensión que nos lleva más allá de nosotros mismos y nos permite ver la belleza en los demás. Cuando cruzamos este puente, no solo nos encontramos con el misterio de los demás, sino también con la propia capacidad de amar.
Cada acto de misericordia es un paso hacia adelante en la aceptación de los demás, un paso hacia una mayor comprensión y amor. Cada vez que perdonamos, que mostramos compasión, que extendemos la mano a alguien en necesidad, estamos cruzando este puente.
El Papa Francisco dijo una vez, ‘Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia’. La misericordia de Dios es infinita, siempre disponible para nosotros. Todo el tiempo Él da ese paso, nos “primerea” en el amor. Debemos ser valientes para buscar y para dar esa misericordia, para cruzar ese puente.
¡Recuerda! siempre practicar la misericordia. Tienes el poder de construir puentes, de conectar almas, de descubrir la belleza en los demás. La misericordia es un regalo que puedes dar, y un regalo que puedes recibir.
Javier Rojas, SJ.
Camino de Resurrección.
Una luz en la Pascua – Miércoles Santo.