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Misa a elección. 7° de Pascua. Blanco. San Luis Orione, presbítero. (ML). Blanco.
Hech 22, 30; 23, 6-11; Sal 15, 1-2a. 5. 7-11.

Evangelio según San Juan 17, 1b. 20-26

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo: “Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.

Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno –Yo en ellos y tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mí.

Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.

Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos”.

Somos dichosos

La Pascua -pienso yo- debería ser la gran ocasión para hacer el repaso de la infinita serie de alegrías que apenas disfrutamos. El tiempo de descubrir que:
-Somos dichosos porque fuimos llamados a la vida, porque entre la infinita multitud de seres posibles fuimos elegidos nosotros, amados antes de nacer, escogidos para este milagro de vivir.
-Somos dichosos porque fuimos llamados a la fe, recibimos esta gracia, sin mérito alguno. Pudimos nacer en una familia de paganos o de increyentes, y ya desde el bautismo nos pusieron una señal en la frente que nos reconocía como elegidos y llamados al Evangelio.
-Somos dichosos porque Dios nos amó primero, porque él no esperó a saber si mereceríamos su amor y quiso empezar a amarnos antes de nuestro nacimiento.
-Somos dichosos porque también nosotros le amamos, bien o mal, mediocre o aburridamente, le amamos y es eso lo que engrandece y da sentido a nuestras almas.
-Somos felices porque tenemos un Dios mucho mejor del que nos imaginábamos. Como nosotros somos tacaños en amar, creíamos que también él era tacaño. Como nosotros amamos siempre con condiciones, pensábamos que también él regatería.
-Somos felices porque Cristo quiso seguir siendo hombre después de su resurrección. El pudo, efectivamente, vivir transitoria- mente su condición de hombre, llevar la humanidad como un vestido y regresar a su exclusiva gloria de Dios cumplida su redención, pero quiso resucitar y permanecer siendo hombre además de Dios.
-Somos felices porque, al resucitar, venció a la muerte. Gracias a eso sabemos que la muerte ya no es definitiva, que está derrotada para siempre y que nadie ya nunca morirá del todo. Sabemos que, si resucitó él, también nosotros resucitaremos. Sabemos que nuestra historia, pase los avatares que pase, es siempre una historia que termina bien.
-Somos dichosos porque sabemos que incluso el dolor es camino de resurrección. Porque desde que él murió entendemos que todo dolor sirve para algo; que en sus manos ningún dolor se pierde.
-Somos dichosos porque él sigue estando con nosotros. Lo prometió y la suya es la única palabra que no miente jamás.
-Somos dichosos porque él se fue delante para prepararnos un sitio. No se fue a los cielos de vacaciones, olvidándose de los suyos; no se escapó de la lucha dejándonos a nosotros en la estacada.
-Somos dichosos porque nos encargó la tarea de evangelizar. Pudo hacerlo él, directamente, con su gracia. Pero quiso hacerlo a través de nuestras manos y nuestra palabra. Nos encargó también de mejorar este mundo, de acercarlo con nuestro trabajo a su reino.
-Somos dichosos porque, al ser él nuestro hermano, nos descubrió cuán hermanos éramos nosotros. Poco sabríamos de nuestra fraternidad, encerrados como estamos en el egoísmo. Pero él nos .descubrió esa misteriosa unidad, que ni siquiera sospechábamos, de hijos comunes de un único Padre.
-Somos dichosos porque él perdonará nuestros pecados como perdonó el de Pedro. Era su preferido y le traicionó públicamente por tres veces. ¿Por qué no habría de perdonar también nuestras traiciones tan sólo con decirle. tú sabes que te a-Somos dichosos porque él curará nuestra ceguera como la de Tomás. Todos estamos ciegos. Todos seguimos sin creer en su resurrección. El cogerá nuestras manos y nos las meterá, sonriendo, en sus llagas.
-Somos dichosos porque él avivará nuestras esperanzas muertas como las de los de Emaús. Un día saldrá al paso de nuestro camino -no sabemos dónde, no sospechamos cuándo– y hablará y sentiremos que nuestro corazón arderá al oír su palabra.
-Somos dichosos porque él enderezará nuestro amor como el de Magdalena. Todos estamos llenos de amores torcidos. Pero él es experto en el arte de expulsarnos del alma nuestros siete demonios.
-Somos dichosos porque nuestros nombres están escritos en el reino de los cielos. El lo aseguró. En “el libro de la vida” están ya escritos los nombres de todos los que, bien o mal, intentamos amarlo.
-Somos dichosos porque el reino de los cielos está ya dentro de nosotros. No tenemos que pasarnos la vida esperando: crece ya en cada hombre que ama, en cada mano que se tiende, en cada lágrima que se enjuga.
-Somos dichosos porque nos ha nombrado testigos de su gozo, la más hermosa de las tareas, el más bendito de los oficios, la misión que debería llenarnos a todas horas los ojos de alegría.
Todo esto se hizo público la mañana de Pascua. Cuando rompió la piedra de su sepulcro y nos mostró quién era verdaderamente- el Viviente Vivo, el Dios-Hombre que es la alegría de nuestra juventud.
José Luis Martín Descalzo.