De la Octava de Pascua. Blanco.
Hech 2, 14. 22-33; Sal 15, 1-2a. 5. 7-11.
Evangelio según San Mateo 28, 8-15
Después de escuchar las palabras del ángel, las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”.
Mientras las mujeres iban de camino, algunos soldados de la guardia fueron a la ciudad y dieron parte a los sumos sacerdotes de todo lo ocurrido. Éstos se reunieron con los ancianos, y juntos acordaron dar una fuerte suma de dinero a los soldados, con estas instrucciones: “Digan: ‘Durante la noche, estando nosotros dormidos, llegaron sus discípulos y se robaron el cuerpo’. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos arreglaremos con él y les evitaremos cualquier complicación”.
Ellos tomaron el dinero y actuaron conforme a las instrucciones recibidas. Esta versión de los soldados se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy.
Se apareció primero a María, su madre
Quizás el viaje más importante de nuestra vida sea aquel que nos plantea el camino hacia el Resucitado. San Ignacio de Loyola, en los Ejercicios Espirituales, propone contemplar la primera aparición del Señor resucitado que fue a María, su madre. “Primero: apareció a la Virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho, en decir que apareció a tantos otros; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento”.
Hoy queremos proponerles pedir la gracia de imaginarnos allí presentes, y por eso, tomando esta certeza que plantea Ignacio, los invitamos a observar con el corazón cómo creen que fue ese momento.
Contempla el encuentro de la Madre con su Hijo. No hay nada escrito, hay un lugar disponible para que vos veas con tu corazón. Pensa que María, como toda madre, seguro lloró al ver a su hijo sufriendo, muriendo, cargando con cruces ajenas, pero así y todo permaneció allí a los pies de Jesús, ella no podía más de tristeza pero su Fe fue más fuerte. Cuando Cristo finalmente murió, ¿Qué habrá hecho? ¿Te lo imaginas?
«Se sintió morir pero su Fe permaneció, y amó a pesar de que todo se oscureció».(1) Sí, Amó, con fuerzas, sin dudas y con tanta esperanza que Jesús se le apareció primero. Ella entendió el mensaje de la Pascua antes que nadie y por eso Cristo le regaló su presencia. ¿Cómo habrá sido ese encuentro? Quizás hubo un abrazo cargado de certezas y dudas por igual, de amor, de entrega infinita y de más amor aún. Imagina sus rostros. ¿María habrá tenido lágrimas de alegría y una sonrisa iluminando su cara?. ¿Jesús estaba feliz, dichoso por volver a verla? Él dejó en claro que el Amor todo lo puede, y por eso su Madre fue la primera en encontrarse con el resucitado, porque no se dejó llevar por lo malo, sino que renació con su Hijo y se dejó transformar.
La confianza en una promesa que se cumple, el gozo y la alegría han dejado atrás el llanto de la pérdida y la agonía del dolor y han transformado eso en esperanza, porque existe una certeza más grande que todo y todos: la Vida misma no se puede detener. Cristo se le aparece a María, su madre, igual que se nos aparece a nosotros hoy, para acompañarnos, consolarnos. Y nos invita a vivir hondamente ese gozo. Teniendo en cuenta que nos es más fácil refugiarnos en el dolor que permanecer en la dicha. Y es allí donde el Resucitado aparece con este don. La felicidad de saberlo vivo, es lo que hace que María no se guarde en la tristeza ni en la desolación, sino que le permite esperar con Fe y Esperanza a su hijo amado y dejar abierto el corazón a Dios.
Creer en la Resurrección es creer en nuevos sueños. Abrir nuestra vida a otra perspectiva, a un plan nuevo que Dios tiene para nosotros. Creer en el Resucitado es creer en lo que Dios sueña con nosotros. Y María es el modelo de Fe y entrega más cercano y cariñoso que tenemos para aprender a seguir esos caminos que el Señor va entretejiendo.
María es quien nos invita a ser testigos de esperanza. A vivir plenamente la alegría del que Vive. Como dice Descalzo, ¿Por qué los creyentes no perseguimos al mundo con la alegría del tercer día? Cristianos, ¿que hicieron con el gozo que les di el día de la Resurrección? Y es precisamente nuestra Madre la que nos invita a no dejar aplastar, con los viejos miedos, a la Vida nueva que nos sale al encuentro. Jesús, con este gesto de aparecerse a su Madre declara su total ternura. La ternura es el gesto de amor que no está en el contrato. Es un gesto que no esperamos, y por eso nos desarma. Ese gesto que traspasó el corazón de María, hoy quiere desarmar el nuestro también y así invitarnos a dejarnos amar por Él.
Este es el camino de María hacia el Resucitado. Ya lo conocemos. Pero hay un camino que no esta escrito aún, es tú camino, mi camino. ¿Por qué caminos va hoy mi corazón? ¿Se deja encontrar por el gozo que invadió a María al ver a su Hijo? Ojalá tu corazón y el mío estén en este último camino, sólo así serán unas ¡felices pascuas! Pidamos la gracia de que, si nuestra vida fuera una peregrinación, nuestra meta sea Cristo Resucitado.