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De la Octava de Pascua. Blanco.
Hech 2, 36-41; Sal 32, 4-5. 18-20. 22.

Evangelio según San Juan 20, 11-18

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”.

María respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”.

Ella, pensando que era el cuidador del huerto, le respondió: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo”. Jesús le dijo: “¡María!”. Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: “¡Raboní!”, es decir, “¡Maestro!”.

Jesús le dijo: “No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y Padre de ustedes; a mi Dios y Dios de ustedes’”. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.

Los buscadores de Dios

A menudo pienso que el gran cambio de los discípulos no es solo lo que vieron, sino que volvieron a creer, a confiar y, sobre todo, a buscar. Buscarán Pedro y Juan cuando María venga a decirles que ha visto algo. Los otros, cuando escuchen a los de Emaús. Tomás, inseguro de lo que acaba de oír.

Ese el proceso que cada uno está llamado a recorrer. El proceso que va de la derrota a la alegría más profunda. De la noche de muerte al amanecer de la esperanza. Del encierro a la intemperie. De la incertidumbre a la confianza. Ese es el itinerario que cada uno de nosotros está llamado a trazar de nuevo, quizás a lo largo de toda nuestra historia, sin llegar nunca del todo al final, convirtiéndolo en una búsqueda que forma parte de nuestro ser más hondo. Buscamos, entonces, al Dios vivo, la verdad de su evangelio y el sentido que esto pueda dar a nuestra vida. En la medida en que lo vayamos encontrando, sobre esto construimos nuestra vida (y es fuente de la verdadera felicidad).

En esa búsqueda tendremos que afrontar tensiones muy comunes y al tiempo muy distintas: entre las certidumbres y las dudas, sabiendo que nadie está libre de algunas reticencias y que al final todos tenemos que asumir un margen para el “quizás”. Entre las ganas de unos momentos y el cansancio de otros, cuando parece que la fe no tiene sentido y que Dios se esconde más de la cuenta. Entre el evangelio y otras buenas noticias, que a veces parecen más fáciles, más sencillas o más útiles.

Pero, afrontando estas tensiones, seguiremos buscando al Dios vivo en la historia y sus enseñanzas, en la Palabra de Dios que sigue resonando hoy para nosotros. Lo buscaremos en las celebraciones, que pueden tocar fibras muy ondas en nosotros. Y en las personas que son sus testigos generación tras generación.