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Domingo de ramos. Rojo.
(Bendición de los ramos: Mt 21, 1-11).
Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9. 17-20. 23-24; Flp 2, 6-11.

Evangelio según San Mateo 27, 1-2. 11-54

Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.

Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó: «¿Tú eres el rey de los judíos?». El respondió: «Tú lo dices». Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo: «¿No oyes todo lo que declaran contra ti?». Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador.

 En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido: «¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?». El sabía bien que lo habían entregado por envidia.

Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: «No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho». Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.

Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó: «¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?». Ellos respondieron: «A Barrabás». Pilato continuó: «¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?». Todos respondieron: «¡Que sea crucificado!». El insistió: «¿Qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: «¡Que sea crucificado!». Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes». Y todo el pueblo respondió: «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos».

Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo: «Salud, rey de los judíos». Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza.

Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar. Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.

Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos».

Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían: «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!». De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:«¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: «Yo soy Hijo de Dios». También lo insultaban los ladrones crucificados con él.

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: «Elí, Elí, lemá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían: «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo».

Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente.

El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: «¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios!».

Puntos para tu oración

El relato de la pasión es una pequeña muestra de lo que vivimos a diario. Una lucha entre el miedo insano y la confianza en el amor divino. Es una realidad que vivimos todo el tiempo. Constantemente somos tentados a desconfiar de su amor, su poder y providencia.

Al igual que Pedro, que cuando camina sobre el agua deja de mirar a Jesús para fijarse en el viento y las olas que lo atemorizan, también nosotros perdemos confianza en Dios cuando nos fijamos solamente en nuestras dificultades y nos dejamos atemorizar por ellos. A los miedos hay que mirarlos de frente porque Dios es nuestro refugio, nuestra fuerza y poder. Él lucha con nosotros en nuestras adversidades.

El relato de la pasión representa esos momentos difíciles por los que atravesamos y en los que nos sentimos que Dios «no está con nosotros». En esos momentos el miedo insano nos hace dudar de su amor y protección. Tenemos dos caminos: sucumbir ante los miedos porque comprobamos que no podremos luchar con nuestras propias fuerzas, o recurrir confiadamente a la fuerza y fortaleza de Dios. Existe otro miedo y que no es insano. Es el miedo saludable. Esta emoción es la creada por Dios y que está destinada al cuidado y protección de la vida. Es la que nos vuelve personas atentas, cautas, prudentes. Este miedo saludable nos permite examinar nuestro camino para no apartarnos de Dios y tener siempre los recaudos necesarios para permanecer siempre en su Presencia.

Y nos conduce a Dios y encuentra en Él su consuelo y alivio. Porque no se preocupa que todo lo que deseamos y anhelamos se realice conforme a lo que proyectamos, sino que por el contrario deposita su fe y confianza y providencia de Dios.

En definitiva, el miedo insano es aquel que no está dispuesto a transitar el camino de la cruz porque teme no poder seguir adelante. El miedo en sí mismo no es impedimento para seguir a Jesucristo. Lo que impide ser su discípulo es no confiar en Él.

Javier Rojas, SJ.

40 acciones que transformarán tu vida en esta cuaresma

Sea consciente de todo lo que Dios ha hecho por mí. Tomar conciencia de las bendiciones que Dios nos ha otorgado en esta cuaresma puede ser una experiencia conmovedora y transformadora. Al reflexionar sobre las gracias que hemos recibido, podemos sentir una profunda gratitud y reconocimiento hacia lo divino. Asimismo, al reconocer el amor y la gracia que Dios nos ha brindado, podemos sentirnos más conectados y fortalecidos en nuestra fe y en nuestro propósito de vida. Aunque en ocasiones atravesemos momentos difíciles, debemos recordar que Dios siempre está a nuestro lado, brindándonos su amor y su apoyo incondicional. Ahora estamos listos para acompañar a Jesús en su camino pascual.

Javier Rojas, SJ.