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Feria. Santos Marcelino y Pedro. (ML). Verde/Rojo.
Ecle 44, 1. 9-13; Sal 149, 1-6. 9.

Evangelio según San Marcos 11, 11-25

Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; y después de observarlo todo, como ya era tarde, salió con los Doce hacia Betania. Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre. Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas, se acercó para ver si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas; porque no era la época de los higos. Dirigiéndose a la higuera, le dijo: «Que nadie más coma de tus frutos». Y sus discípulos lo oyeron. Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y prohibió que transportaran cargas por el Templo. Y les enseñaba: «¿Acaso no está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones». Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el pueblo estaba maravillado de su enseñanza. Al caer la tarde, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad. A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se había secado de raíz. Pedro, acordándose, dijo a Jesús: «Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado». Jesús le respondió: «Tengan fe en Dios. Porque yo les aseguro que si alguien dice a esta montaña: «Retírate de ahí y arrójate al mar», sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá. Por eso les digo: Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán. Y cuando ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo en contra de alguien, perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará también sus faltas».

En lo más profundo de tu corazón

Si queréis un consejo, después de 53 años de mi vida en la Compañía(…), os diría que en esta devoción al Corazón de Cristo se esconde una fuerza inmensa; a cada uno toca descubrirla -si no la ha descubierto ya- y profundizarla y aplicarla a su vida personal en el modo en que el Señor se la muestre y se lo conceda. Se trata de una gracia extraordinaria que Dios nos ofrece.

Señor, enciérrame en lo más profundo de tu Corazón.Y, cuando me tengas ahí, quémame, purifícame, inflámame, sublímame, hasta la satisfacción perfecta de tus gustos, hasta la más completa aniquilación de mí mismo.

Pedro Arrupe, SJ.