Santísimo Nombre de Jesús (Memoria). Color: Blanco.
Filipenses 2, 5-11; Salmo 113, 1-8.
Evangelio según San Lucas 2, 22-35
Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: «¿Quién eres tú?»
Él reconoció y no negó quién era. Él afirmó: «Yo no soy el Mesías». De nuevo le preguntaron: «¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?» Él les respondió: «No lo soy». «¿Eres el profeta?» Respondió: «No». Le dijeron: «Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?» Juan les contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías».
Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: «Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?» Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias».
Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba.
Un nombre
Buscaba un nombre
que pudiera describir lo absoluto,
que se elevara sobre todo nombre.
Un nombre para definir a los humanos,
para llamar a Dios.
Buscaba un nombre
que pudieran pronunciar, con júbilo,
niños y viejos,
que evocase los instantes
más importantes de cada historia.
Buscaba un nombre
que dejase callados a los malos poetas
y soltase la lengua de los hombres rudos,
que se tradujese en besos,
en abrazos,
en gestos de compasión,
en manos limpiando heridas,
en llanto fecundo,
en canciones eternas,
en silencios vivos.
Desechó muchos nombres
que encorsetaban la vida en leyes,
cálculos y méritos. Y otros tantos
que exigían aplausos, reverencia o miedo.
Arrojó por la borda proclamas absurdas,
palabras vacías, promesas efímeras.
Al final lo encontró.
Y el nombre se hizo verbo,
y el Verbo se hizo hombre,
y habitó entre nosotros.
José María Rodriguez Olaizola, SJ.