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De la feria o Memoria libre. Blanco. Tiempo de Navidad. Santísimo Nombre de Jesús.
1Jn 2, 29 – 3 ,6; Sal 97, 1 -3cd-6.

Evangelio según San Juan 1, 29-34

Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel». Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo”. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios».

Un nombre

Buscaba un nombre
que pudiera describir lo absoluto,
que se elevara sobre todo nombre.
Un nombre para definir a los humanos,
para llamar a Dios.
Buscaba un nombre
que pudieran pronunciar, con júbilo,
niños y viejos,
que evocase los instantes
más importantes de cada historia.
Buscaba un nombre
que dejase callados a los malos poetas
y soltase la lengua de los hombres rudos,
que se tradujese en besos,
en abrazos,
en gestos de compasión,
en manos limpiando heridas,
en llanto fecundo,
en canciones eternas,
en silencios vivos.
Desechó muchos nombres
que encorsetaban la vida en leyes,
cálculos y méritos. Y otros tantos
que exigían aplausos, reverencia o miedo.
Arrojó por la borda proclamas absurdas,
palabras vacías, promesas efímeras.
Al final lo encontró.
Y el nombre se hizo verbo,
y el Verbo se hizo hombre,
y habitó entre nosotros.

José María Rodriguez Olaizola, SJ.