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Santos Felipe y Santiago, apóstoles. (F). Rojo. Patronos del Uruguay.
1Cor 15, 1-8; Sal 18, 2-5.

Evangelio según San Juan 14, 6-14

A la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a Tomás: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.

Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le respondió: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.

Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí, hará también las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré”.

Jesús encarga a los doce la tarea de evangelizar

Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado (Mt 28, 20) Y te faltaba aún el penúltimo gozo: dejar en nuestras manos la antorcha de tu fe. Tú habrías podido reservarte ese oficio, sembrar tú en exclusiva la gloria de tu nombre, hablar tú al corazón, poner en cada alma la sagrada semilla de tu amor. ¿Acaso no eres tú la única palabra? ¿No eres tú el único jardinero del alma? ¿No es tuya toda gracia? ¿Hay algo de ti o de Dios que no salga de tus manos? ¿Para qué necesitas ayudantes, intermediarios, colaboradores, que nada aportarán si no es su barro? ¿Qué ponen nuestras manos que no sea torpeza? Pero tú, como un padre que sentara a su niño al volante y dijera: «Ahora conduce tú», has querido dejar en nuestras manos la tarea de hacer lo que sólo tú haces: llevar gozosa y orgullosamente de mano en mano la antorcha que tú enciendes.

José Luis Martín Descalzo