Santo Tomás. (F). Rojo.
Ef 2, 19-22; Sal 116, 1-2.
Evangelio según San Juan 20, 24-29
Tomás, uno de los Doce, de sobrenom- bre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apa- reció Jesús, estando cerradas las puertas,
se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Bienaventurados los que creen sin haber visto!”.
Sabiduría ignaciana – «En todo amar y servir»
Esta frase de San Ignacio de Loyola, conocida por muchos, resume la esencia de nuestra existencia. Cada día, tenemos la oportunidad de dar sentido a nuestras vidas a través de estas dos actitudes: amar y servir a los demás. En cada encuentro, en cada acción, podemos elegir ser agentes de amor y compasión.
El llamado a amar y servir trasciende cualquier profesión, rol o posición que ocupamos en la sociedad. No importa si somos sacerdotes, médicos, profesores, padres, estudiantes o amigos. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de hacer una diferencia en la vida de los demás a través de actos simples como amar y servir.
Amar implica mirar más allá de nosotros mismos y reconocer la humanidad compartida que nos une. Significa practicar la empatía y cultivar una disposición genuina para comprender y abrazar a los demás en sus alegrías y penas. Cuando amamos, estamos dispuestos a sacrificar nuestro tiempo, nuestros recursos y nuestras comodidades por el bienestar de los demás.
Servir, por su parte, es un acto de acción y entrega. Es poner nuestros dones y talentos al servicio de los demás. Significa estar atento a las necesidades de aquellos que nos rodean y buscar activamente maneras de ayudar. El servicio genuino no espera reconocimiento o recompensa, sino que se alegra simplemente por poder ser un instrumento de bondad en el mundo.
En todo lo que hacemos, grandes o pequeñas tareas, podemos poner en práctica este llamado. Juntos, podemos transformar el entorno y construir un mundo donde reine el amor, la compasión y la solidaridad.
Javier Rojas, SJ.