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1° Domingo de Adviento. Morado.
Comienza el ciclo dominical “B”. Semana 1ª del Salterio.
San Francisco Javier, presbítero. (MO).
Is 63, 16-17. 19; 64, 2-7; Sal 79, 2-3. 15-16. 18-19; 1Co 1, 3-9.

Evangelio según San Lucas 21, 34-36

Jesús hablaba a sus discípulos acerca de su venida: Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre.

Tiempo de la Esperanza

Iniciamos el adviento inmerso en un mundo que, en ocasiones, parece oscurecerse con desafíos y dificultades. En nuestro caminar diario, a menudo nos vemos enfrentados a situaciones que nos desafían y ponen a prueba nuestra fe y esperanza. La lectura del Evangelio nos invita a reflexionar sobre la importancia de estar alerta, conscientes y despiertos en medio de las incertidumbres de la vida.

En momentos de oscuridad, cuando la realidad se tiñe de incertidumbre y desafíos, es fácil perder la esperanza. Sin embargo, la fe en Dios nos ofrece una luz que trasciende la oscuridad. Es en esos momentos difíciles cuando nuestra fe se pone a prueba, y es también en esos momentos cuando más necesitamos confiar en la promesa de que la luz de Dios ilumina incluso las sombras más profundas.

La fe no es simplemente una creencia ciega, sino una confianza activa en la presencia divina incluso cuando no podemos ver claramente el camino. En la oscuridad, la fe nos permite creer que la luz se hace más clara cuando la oscuridad es más profunda. Es en la fe donde encontramos la fortaleza para perseverar, donde la esperanza renace y se arraiga en el fundamento inquebrantable de la promesa divina.

La fe que nos sostiene y la esperanza que renace no son simplemente conceptos teóricos, sino actitudes vitales que transforman nuestra manera de enfrentar la realidad. Estar alerta y preparados no implica vivir en constante ansiedad, sino más bien adoptar una postura de confianza en la providencia divina.

La esperanza, alimentada por la fe, nos impulsa a ser agentes activos de cambio en medio de las dificultades. Nos capacitamos para enfrentar las adversidades con valentía, sabiendo que, aunque no controlamos todas las circunstancias, confiamos en Aquel que tiene el control supremo.
En conclusión, la fe hace renacer la esperanza al recordarnos que, incluso en los momentos más oscuros, podemos confiar en que la luz divina guiará nuestro camino. Que esta reflexión nos inspire a permanecer alerta, conscientes y despiertos, confiando en que, a través de nuestra fe, la esperanza florecerá en los momentos más inesperados. Que así sea.

Javier Rojas, SJ.