De la feria.
I Juan 3, 7-10; Salmo 98:1, 7-9.
Evangelio según San Juan 1, 35-42
En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: “Éste es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?” Ellos le contestaron: “¿Dónde vives, Rabí?” (Rabí significa ‘maestro’). Él les dijo: “Vengan a ver”. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías” (que quiere decir ‘el Ungido’). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás” (que significa Pedro, es decir, ‘roca’).
Dios viene igual
No espera el momento oportuno, se hace tiempo propicio e inaugura algo nuevo.
No necesita todo ordenado, se hace armonía en el caos de lo que no controlamos.
No teme a la noche fría, la ilumina cálidamente.
No pretende un lugar limpio para llegar, sino que se hace pureza en la escoria.
No cumple con una idea linda de lo que debería ser
Dios, es realidad que lo embellece todo dotándolo de vida.
No trae lo que le pedimos, se hace don él mismo.
No cae del cielo como un rayo tremendo y soberbio, se gesta humildemente en las entrañas de una madre y en la confianza de un padre.
No viene desde arriba, sino desde abajo, emergiendo con simpleza.
No responde nuestras preguntas, se hace palabra sabia que, misteriosamente, desconcierta y calma a la vez.
No pide vestidos lujosos, sólo es envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
No impone su autoridad sobre la gente, se hace él mismo ternura que convoca.
Le pedimos paz, amor, prosperidad, salud, ¡tantas cosas!, pero viene él mismo.
Le pedimos cambiar lo que no nos gusta y nos transforma en la relación con él.
Es como si siempre esperáramos que nos mande lo que necesitamos y lo que Dios nos dice con Jesús, es que es el quien, al relacionarnos desde nuestra libertad, viene a salvarnos de nosotros mismos cuando la paradoja de nuestra vida nos abruma, nos enemista, nos mata.
El regalo de toda navidad es Dios mismo, no esperemos más y corramos al encuentro con él.
Hablémosle, tomémoslo en nuestros brazos, arrullémoslo, cuidémoslo. Y todo lo demás, vendrá por añadidura.
Emmanuel Sicre, SJ.