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Feria. Verde.
1Ts 4, 13-18; Sal 95, 1. 3-5. 11-13.

Evangelio según San Lucas 4, 16-30

Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: “¿No es éste el hijo de José?”. Pero él les respondió: “Sin duda ustedes me citarán el refrán: ‘Médico, sánate a ti mismo’. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm”. Después agregó: “Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio”. Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

El más desde el menos

Magis es una palabra latina muy típica de la espiritualidad ignaciana, que significa “más”. Pero “más” en qué… Pues en todo aquello que tiene que ver con nuestra relación con Dios y con aquellas decisiones personales que en un momento u otro de la vida tengamos que tomar. Encierra, por tanto, no un “más” de cantidad sino de calidad.

Para San Ignacio es el horizonte hacia el que caminar sin dudas: todo ha de hacerse “para la mayor gloria de Dios” (AMDG). Y a ese horizonte se va llegando desde una actitud decidida por el magis y ayudado por la paciente búsqueda que supone el discernir –separar- lo que tiende hacia él o se aleja de él para elegir lo que “más” conduce… Todo lo contrario que el montar la vida sobre dichos o slóganes que se oyen con frecuencia como el de “el ir tirando”, “la ley del mínimo esfuerzo”, “echar la vida a la suerte”, “vivir el día sin ningún proyecto u horizonte”, etc.

Bien se puede decir que el magis es como un auténtico termómetro que detecta la calidad con la que tenemos que hacer las cosas, muy al contrario de la baja calidad en la que a veces se mueve nuestra vida. No es una actitud heroica, que se apoye solo en nuestras propias fuerzas –el falso voluntarismo- sino que se realiza sobre todo siguiendo humildemente el camino de Jesús -el “más” desde el “menos”–“lo más grande desde lo más pequeño”- aprendiendo de Él la docilidad y la indiferencia, para no quedarse atrapado por las circunstancias de la vida sino eligiendo y aceptando aun aquellas que a simple vista no trasparentan para nada la gloria de Dios (la cruz, el dolor, el fracaso, la muerte…).

También para Jesús el final de su camino –la resurrección- será el culmen de una vida entregada por amor, de una vida vivida desde el magis. Él lo hizo todo “a tope” no buscándose nunca a si mismo sino haciendo siempre la voluntad de su Padre… Nada de esto supone una especie de anulación de la propia personalidad, negada para someterse a Dios sino que como dice preciosamente San Ireneo: “La gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”. Es como decir que la gloria de Dios se refleja en el rostro del hombre –en toda su vida- y su rostro iluminado se refleja en el rostro de Dios. ¡Luz por luz! ¿No consistirá en esto la plena felicidad o el dar a la vida su pleno sentido?

Espiritualidad Ignaciana