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5° durante el año. Verde.
Is 58, 7-10; Sal 111, 4-9; 1Cor 2, 1-5.

Evangelio según San Mateo 5, 13-16

Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.

Puntos para tu oración

El evangelio de hoy nos lanza un interrogante al centro de nuestro corazón: ¿Quiénes somos? ¿Quién sos? Se nos cuestiona por nuestra identidad personal y cristiana, nuestra identidad de bautizados y de discípulos del Maestro. Pues, saber quiénes somos es el fundamento para orientar nuestra existencia bajo el horizonte de las Bienaventuranzas que aprehendimos el domingo pasado. Jesús usa dos símbolos entrañables para el pueblo de Israel para develar nuestra identidad de discípulos: sal y luz.

Eso somos, en este presente que transitamos y en medio de esta historia que vamos escribiendo. No es algo a alcanzar o engendrar, sino una realidad a emerger y transparentar. Es asumir nuestra misión de darle sabor y claridad a nuestros días (y a los días de los demás). Somos esos que pueden empapar con el sabor del evangelio todo lo cotidiano; que pueden cuidar, preservar y alargar la vida.

Somos aquellos que traen claridad y calor, que ayudan a mirar lejos, a alcanzar nuevas perspectivas y descubrir nuevas tonalidades, que pueden señalar rumbos e iluminar caminos. Pero esta identidad en medio de los desafíos y conflictos de cada día corre el riesgo de comenzar a difuminarse. Entonces, perdemos el sentido de nuestra misión y de nuestra existencia, nos sentimos dejados de lado y pisoteados; nos ocultamos y se oscurecen nuestros días. Ante estas situaciones, la respuesta nos la trae la primera lectura. No desfallezcas, no te encierres, no te apagues. Por el contrario, salí de ti mismo y compártete, hazte hogar y alimento, refugio y causa de alegría. Adéntrate en Aquel que es la luz y la sal, y que te dice: “¡Aquí estoy!”.

Oscar Freites, SJ.