
De la Octava de Pascua. Blanco.
Hech 4, 1-12; Sal 117, 1-2. 4. 22-27a.

Evangelio según San Juan 21, 1-14
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”.
Él les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”.
Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Resurrecciones
Cada día puede ser fiesta en tu vida, si dentro de ti cultivas el amor, la esperanza y haces un poco más felices a los demás.
Cada día puedes hacer el milagro de que alguien renazca a la vida. No podrás resucitar los cuerpos muertos, pero siempre estará en tus manos resucitar corazones moribundos. Basta que les digas que los amas.
Cada día pueden nacer nuevas vidas. Es suficiente que tú les ofrezcas el calor de la tuya. El calor de una vida es como el calor del sol, que hace brotar las semillas ocultas en la tierra.
Cada día puedes hacer el milagro de una sonrisa, de una palabra, de un gesto. Esos milagros también pueden sanar los cuerpos heridos por el sufrimiento.
Cada día puede haber más luz dentro de ti. Basta que enciendas dentro la luz de la esperanza.
Y si el viento del fracaso te la apaga, vuelve a encenderla. Tú eres más capaz de encenderla, que el fracaso de apagarla.
Cuando todo lo veas oscuro, sin horizonte y sin mañana, recuerda los días de luz que ya has vivido. También ellos volverán a brillar en tu vida.
Cuando ya no tengas nada de luz dentro de ti, no la busques en los fuegos artificiales de las evasiones. Sencillamente ponte de rodillas y dile a Dios: “Señor, Sé Tú mi luz”, para que “yo pueda ser tu luz”.
Jesús quiere que seamos que así como el sol que al día siguiente amaneció en el jardín y despertó la alegría en Adán, así que el sol de nuestras vidas despierte a los que llevan el alma y el corazón dormido.
Clemente Sobrado.