31° durante el año. Verde.
Semana 3ª del Salterio.
Ml 1, 14–2, 2. 8-10; Sal 130, 1-3; 1Ts 1, 5b; 2, 7-9. 13.
Evangelio según San Mateo 23, 1-12
Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar «mi maestro» por la gente.En cuanto a ustedes, no se hagan llamar «maestro», porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen «padre», porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco «doctores», porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será elevado.
Puntos para tu oración
El Evangelio de hoy nos interpela bastante: nos hace mirar nuestras propias incoherencias, porque nosotros, muchas veces, tampoco hacemos lo que decimos. Preguntémonos en qué área de nuestra vida somos incoherentes, en qué aspecto no hacemos lo que pedimos, dónde estamos disociados, de qué manera no reflejamos lo que pensamos o sentimos. La incongruencia es casi inevitable, pues somos débiles, limitados y llenos de errores, y tenemos que aceptarla con humildad, incluso humillándonos. La incoherencia realmente pasa a ser grave cuando la exigimos a los demás, pidiendo cosas a los otros que nosotros mismos no hacemos, cuando criticamos sin misericordia, denunciando todo lo que no se hace bien, mostrando hasta los mínimos defectos y debilidades ajenas, etc. El punto está en que pedimos coherencia a los otros, como lo hacían los escribas y fariseos en la época de Jesús, que eran muy piadosos pero llenos de sí mismos, muy religiosos, pero más arrogantes. Y lo que es peor, poniendo cargas religiosas muy pesadas al pueblo, haciendo cumplir exageradamente la ley, asfixiando y culpabilizando en nombre de Dios. A nivel religioso, los católicos a veces somos como los escribas y fariseos, aplicamos muy fácilmente el código moral, exigimos la integridad, la perfección, el cumplimiento, imponemos normas y valores que, tal vez el otro aún no tiene. Nos olvidamos de que las personas tienen una historia personal limitada, una vulnerabilidad propia, que crecen progresivamente y maduran lentamente. Igual que nosotros, pero la vemos más fácilmente en los demás que en nosotros mismos. Como no podemos aceptar esos contenidos negativos dentro, los proyectamos fuera, en los demás, y luego lo atacamos, lo criticamos, lo condenamos. El Evangelio de hoy nos invita a ser más integrados: aceptarnos y aceptar a los otros como son, sin exigir mucho, amando y respetando lo que el otro pueda dar, sin llegar a ese engañoso ideal de perfección, ese ideal al que tampoco nosotros llegamos y nos transforma en omnipotentes moralistas. Deberíamos recoger esas proyecciones y ver lo negativo en nosotros mismos, y dejar que Dios lo acepte y perdone, verás entonces, como aceptaremos mejor a los demás.
Pablo Lamarthée, SJ.
El rumbo de la vida
Un regalo de mi Padre Dios ha sido un viaje de 30 días en barco de Nueva York a Valparaíso. Por generosidad del bondadoso Capitán tenía una mesa en el puente de mando, al lado del timonel, donde me iba a trabajar tranquilo con luz, aire, vista hermosa… La única distracción eran las voces de orden con relación al rumbo del viaje. Y allí aprendí que el timonel, como me decía el Capitán, lleva nuestras vidas en sus manos porque lleva el rumbo del buque. El rumbo en la navegación es lo más importante. Un piloto lo constata permanentemente, lo sigue paso a paso por sobre la carta, lo controla tomando el ángulo de sol y horizonte, se inquieta en los días nublados porque no ha podido verificarlo, se escribe en una pizarra frente al timonel, se le dan órdenes que, para cerciorarse que las ha entendido, debe repetirlas cada una. «A babor, a estribor, un poquito a babor, así como va…». Son voces de orden que aprendí y no olvidaré.
Cada vez que subía al puente y veía el trabajo del timonel no podía menos de hacer una meditación fundamental, la más fundamental de todas, la que marca el rumbo de la vida.
En Nueva York multitud de buques, de toda especie. ¿Qué es lo que los diferencia más fundamentalmente? El rumbo que van a tomar. El mismo barco ‘Illapel’ en Valparaíso tenía rumbo Nueva York o Río de Janeiro; en Nueva York tenía rumbo Liverpool o Valparaíso.
Apreciar la necesidad de tomar en serio el rumbo. En un barco al Piloto que se descuida se le despide sin remisión, porque juega con algo demasiado sagrado. Y en la vida ¿cuidamos de nuestro rumbo?
¿Cuál es tu rumbo? Si fuera necesario detenerse aún más en esta idea, yo ruego a cada uno de ustedes que le dé la máxima importancia, porque acertar en esto es sencillamente acertar; fallar en esto es simplemente fallar.
Barco magnífico: el «Queen Elizabeth», 70.000 toneladas (el «Illapel» cargado son 8.000 toneladas). Si me tiento por su hermosura y me subo en él sin cuidarme de su rumbo, corro el pequeño riesgo que en lugar de llegar a Valparaíso, ¡¡llegue a Manila!! Y en lugar de estar con ustedes vea caras filipinas.
Cuántos van sin rumbo y pierden sus vidas… las gastan miserablemente, las dilapidan sin sentido alguno, sin bien para nadie, sin alegría para ellos y al cabo de algún tiempo sienten la tragedia de vivir sin sentido. Algunos toman rumbo a tiempo, otros naufragan en alta mar, o mueren por falta de víveres, extraviados, ¡o van a estrellarse en una costa solitaria!
El trágico problema de la falta de rumbo, tal vez el más trágico problema de la vida. El que pierde más vidas, el responsable de mayores fracasos. Yo pienso que si los escollos morales fueran físicos, y la conducta de nosotros fuera un buque de fierro, por más sólido que haya sido construido, no quedaría sino restos de naufragios.
Si la fe nos da el rumbo y la experiencia nos muestra los escollos, tomémoslos en serio. Mantener el timón. Clavar el timón, y como a cada momento, las olas y las corrientes desvían, rectificar, rectificar a cada instante, de día y de noche… ¡No las costas atractivas, sino el rumbo señalado! Pedir a Dios la gracia grande: ser hombres de rumbo.
1º punto: El puerto de partida. Es el primer elemento básico para fijarlo. Y aquí clavar mi alma en el hecho básico: Dios y yo. El primer hecho macizo de toda filosofía, de todo sistema de vida: Vengo de Dios, sí, de Él. Todo de Él. Nada más cierto, y sobre este hecho voy a edificar mi vida, sobre este primer dato voy a fijar mi rumbo.
Y aquí como siempre: ¿Este hecho es así? ¿Es un hecho? Porque la religión se funda sobre hechos, no sobre teorías.
Tomar en serio estas verdades: Que sirvan para fundar mi vida, para darme rumbo. Uno es cristiano tanto cuanto saca las consecuencias de las verdades que acepta. De aquí también esa actitud, no de orgullo, pero sí de valentía, de serenidad y de confianza, que nos da nuestra fe: No nos fundamos en una cavilación sino en una maciza verdad.
2º punto: El puerto de término. Es el otro punto que fija el rumbo. ¿Valparaíso o Liverpool? De Nueva York salía junto a nosotros Liberty, portaaviones… ¿A dónde se dirigen? Desde la Universidad de Chile o desde la fábrica ¿a dónde? ¡El término de mi vida es Él!
3º punto: El camino: Tengo los dos puntos, los dos puertos. ¿Por dónde he de enderezar mi barco? Al puerto de término, por un camino que es la voluntad de Dios. La realización en concreto de lo que Dios quiere. He aquí la gran sabiduría. Todo el trabajo de la vida sabia consiste en esto: En conocer la voluntad de mi Señor y Padre. Trabajar en conocerla, trabajo serio, obra de toda la vida, de cada día, de cada mañana: ¿qué quieres Señor de mí? Trabajar en realizarla, en servirle en cada momento. Esta es mi gran misión, mayor que hacer milagros. Dios nos quiere santos. Ésta es la voluntad de Dios: no mediocres, sino santos.
¿Cuál es el Camino de mi vida? La voluntad de Dios: santificarme, colaborar con Dios, realizar su obra. ¿Habrá algo más grande, más digno, más hermoso, más capaz de entusiasmar? ¡¡Llegar al Puerto!!
Y para llegar al puerto no hay más que este camino que conduzca… ¡¡Los otros a otros puertos, que no son el mío!! Y aquí está todo el problema de la vida. Llegar al puerto que es el fin de mi existencia. El que acierta, acierta; y el que aquí no llega es un gran errado, sea un millonario, un Hitler, un Napoleón, un afortunado en el amor, si aquí no acierta, su vida nada vale; si aquí acierta: feliz por siempre jamás. ¡¡Amén!!
¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¡Qué grande! ¿Por qué camino? Enfrentar el rumbo. El timón firme en mi mano y cuando arrecien los vientos: Rumbo a Dios; y cuando me llamen de la costa; rumbo a Dios; y cuando me canse, ¡¡rumbo a Dios!!
¿Solo? No. ¡Con todos los tripulantes que Cristo ha querido encargarme de conducir, alimentar y alegrar! ¡Qué grande es mi vida! Qué plena de sentido. Con muchos rumbos al cielo. Darles a los hombres lo más precioso que hay: Dios; y dar a Dios lo que más ama, aquello por lo cual dio su Hijo: los hombres.
Señor, ayúdame a sostener el timón siempre al cielo, y si me voy a soltar, clávame en mi rumbo, por tu Madre Santísima, Estrella de los mares, Dulce Virgen María.
San Alberto Hurtado.