Memoria de San Pablo Miki y compañeros, mártires. Rojo.
1 Reyes 8, 22-23. 27-30; Salmo 84, 3-5, 10-11.
Evangelio según San Marcos 7, 1-13
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas, venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: «¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?» (Los fariseos y los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones, y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas).
Jesús les contestó: «¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres».
Después añadió: «De veras son ustedes muy hábiles para violar el mandamiento de Dios y conservar su tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre. El que maldiga a su padre o a su madre, morirá. Pero ustedes dicen: ‘Si uno dice a su padre o a su madre: Todo aquello con que yo te podría ayudar es corbán (es decir, ofrenda para el templo), ya no puede hacer nada por su padre o por su madre’. Así anulan la palabra de Dios con esa tradición que se han transmitido. Y hacen muchas cosas semejantes a ésta».
Tal vez te sientas
Tal vez te sientas mediocre, sin ánimos, estancado o generoso ante las distintas experiencias de la vida. Para eso te ayudará decir «Alma de Cristo, santifícame».
Tal vez experimentas el cuerpo como un estorbo o sientes la falta de fuerzas para emprender este camino o lo ves con falta de armonía y paz o de auto-aceptación. Di entonces, «Cuerpo de Cristo, sálvame».
Tal vez te sientes tibio, perezoso, demasiado calculador y hasta algo escéptico ante la experiencia. Como que el talente de tu vida es que no apuestas por nada, nada te apasiona. Di entonces «Sangre de Cristo, embriágame».
Posiblemente sientas el peso de tu pecado, tus faltas, tus errores, tus repetidas caídas, hábitos que te condicionan e impiden crecer. Hasta tal vez te sientes sucio, manchado desde los orígenes de tu pasado. Necesitas purificarte antes de entrar en este templo de encuentro con Dios y por eso te ayudará decir «Agua del costado de Cristo, lávame».
A lo mejor los tuyos son problemas de dolor. Hay algo en el alma que te duele desde hace algún tiempo y te impide caminar. Tal vez algún acontecimiento hondo del pasado o reciente. Sientes a lo mejor angustia, ansiedad o hasta desesperación. Encomiéndate al Crucificado diciendo «Pasión de Cristo, confórtame».
Quizá lo que más te preocupa es que estas ante una experiencia nueva de encuentro con Dios y sientes que vives en una etapa de gran sequedad y vacío en el que no te es fácil oir al Señor. Hasta llegas a dudar que Dios escucha y oye tu oración. Pídele entonces «Oh mi buen Jesús, óyeme».
Por el ritmo de las ocupaciones, uno cae en la superficialidad, uno hace y hace cosas, pero le falta profundidad, hondura en la oración y en la vida. Por eso es bueno recitar con Ignacio «Dentro de tus llagas escóndeme».
Tal vez sientes que estas lejos de Dios, que tu corazón esta dividido, partido, y se te ha enfriado el amor primero hacia Jesús. Dile «No permitas que me aparte de Ti».
En el fondo de muchos hombres existe el miedo y la angustia hasta llegar a producir la ansiedad. Es miedo al rechazo, a la falta de amor, en definitiva a la muerte. Puede incluso que te sientas acosado por ese miedo. Como ya sabes en la vida del espíritu también somos atacados por el malo. Hoy que se habla tanto del demonio, para ganar en confianza, tal vez te ayude decir «del maligno enemigo, defiéndeme».
Y no te preocupes por el futuro, por lo que te espera. Dios te creó, te acompañara en estos días y en el resto de tu vida hasta el final. Trate de decir con fe, como si fuera el último día de tu vida en que lo dices: «En la hora de mi muerte, llámame y mándame ir a Ti, para que con tus santos te alabe por los siglos de los siglos. Amén».
Jesús Sariego, SJ.
Adaptación.