6° de Pascua. Blanco.
Hech 16, 11-15; Sal 149, 1-6a. 9b.
Evangelio según San Juan 15, 26—16, 4
A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Les he dicho esto para que no se escandalicen. Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios. Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho. No les dije estas cosas desde el principio, porque yo estaba con ustedes”.
Algunas cosas que Dios dice cuando se acerca
Tú eres mi hijo muy amado en quien me disfruto poner mi predilección.
Créeme, déjame bendecirte.
Quiero servirte, alabarte, reverenciarte.
Conozco tu dolor, tus aflicciones y resistencias.
Sé de tus vergüenzas y de aquello que te pesa y no quieres decir.
Por eso estoy dispuesto a esperar toda tu vida con paciencia infinita el momento de tu sí, de tu «ven, ya es hora de que pases».
Mientras, déjame abrazarte y decirte que te recibo sin condiciones, sin maquillajes, sin reservas, sin títulos, sin etiquetas.
No te resistas, acéptame y permite que te ame como eres.
Si pudiera bendecirte desde adentro de tu corazón para que también puedas bendecir a otros, verás cómo todo sucede de una forma nueva.
Déjame hacer tu vida más buena noticia, más libre, más pura.
Déjame poner en tu intimidad la fuerza necesaria para anunciar que la felicidad es posible.
Dame, si alguna vez lo deseas, un lugar en ti para poder habitar, acampar y quedarme.
Invítame a tus decisiones y esfuerzos, deseo acompañarte e ir contigo, si quieres.
Anímate a darme cabida en tus sueños, en tus deseos y esperanzas, aún cuando tengas miedos.
Cuando quieras y puedas déjame pasar a la zona herida de tu historia, de tu personalidad, de tus vínculos, para que pueda colocar allí el bálsamo que regenera, la luz que alumbra, la resurrección que vivifica.
No temas, no puedo destruirte, ni amenazarte, ni falsearte, ni vencerte, ni engañarte, solo puedo bendecirte, pacificarte, alentarte, darte vida y amarte.
Si me permites, quiero ofrecerte placer, hacerte gozar y compartir contigo una alegría infinita, ancha, plena.
Sé valiente, no dejes que entren otros que te quitan fuerzas, vida y paz, y se van. Anímate a darme un pequeño lugar, como un pesebre, con eso me basta para salvarte y hacer cantar a los ángeles.
Además, deseo sonreírte y decirte que estoy contento con tu vida.
Emmanuel Sicre, SJ.