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La Transfiguración del Señor. (F). Blanco.
Dn 7, 9-10. 13-14; Sal 96, 1-2. 5-6. 9; 2P 1, 16-19; Mt 17, 1-9.
Semana 18° durante el año. Semana 2ª del Salterio.

Evangelio según San Mateo 17, 1-9

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.

Puntos para tu oración

En el evangelio con el que rezamos hoy, Dios Padre pone en palabras y en una manifestación extraordinaria su predilección por Jesús. La transfiguración de su hijo es signo de que Jesús fue fiel enviado del Padre con su vida y con su palabra. Sobre este monte, Dios nos indica a todos, a través de los primeros discípulos, el camino: “Este es mi hijo muy querido… escúchenlo”. A nosotros, amigos y seguidores del maestro de hoy, nos toca hacer el mismo camino de subida y de bajada del monte que tienen los discípulos de entonces. Estar con Jesús a solas significa dejarme afectar en mi corazón por su transfiguración. Que sienta su amor de tal manera que pueda decir como Pedro: “¡Qué bien estamos aquí! (…) levantaré tres carpas(…)”. Contemplo, con mi imaginar, la paz y la fuerza de ese momento de los discípulos al ver al propio Jesús, envuelto en la luz de Dios. Los discípulos parecen vivir una verdadera consolación en presencia de Jesús. San Ignacio describe a la consolación como el movimiento interior del alma que la inflama de amor a su Creador y Señor. También a todo aumento de la fe, esperanza y caridad, y a toda alegría interior que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia alma, aquietándola y pacificándola en su Creador y Señor. (316 EE). La consolación de los discípulos es propia de Dios que nos quita los miedos y nos manda a estar de pie, a levantarnos de nuestros penares, de las tristezas, de los malos pensamientos que nos embisten. “«Levántense, no tengan miedo»” ¿En qué parte de mi vida me gustaría pedirle a Dios el regalo de esta consolación? Intento ponerme como los discípulos, postrado y asombrado ante los pies de Jesús, humilde maestro que se transfigura delante de mí. Bajando del monte, vuelvo con la paz de haber presenciado, algo que sólo pocos discípulos tuvieron la oportunidad de contemplar. Trato de llevar de esa consolación a mi vida: a mi familia, a mi trabajo, a mis estudios, al lugar donde el Señor quiera que yo esté hoy.

Jorge Berli, SJ.