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Divina Misericordia. Blanco.
Hech 4, 32-35; Sal 117, 2-4. 16-18. 22-24; 1 Jn 5, 1-6.

Evangelio según San Juan 20, 19-31

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”.

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”.

Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Éstos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Divina misericordia

Oh Dios de gran misericordia, Bondad infinita,
hoy toda la humanidad clama desde
el abismo de su miseria a Tu misericordia,
a Tu compasión, oh Dios, y grita
con la potente voz de la miseria.

Oh Dios indulgente, no rechaces
la oración de los desterrados de esta tierra.
Oh Señor, Bondad inconcebible que conoces
perfectamente nuestra miseria y sabes que
por nuestras propias fuerzas no podemos ascender hasta Ti,
te imploramos anticípanos tu gracia y
multiplica incesantemente Tu misericordia en nosotros,
para que cumplamos fielmente
Tu santa voluntad a lo largo de nuestras vidas
y en la hora de la muerte.

Que la omnipotencia de Tu misericordia
nos proteja de las flechas de los enemigos
de nuestra salvación para que con confianza,
como Tus hijos, esperemos Tu última venida,
ese día que conoces solo Tú.

Y a pesar de toda nuestra miseria,
esperamos recibir todo lo que Jesús nos ha prometido,
porque Jesús es nuestra esperanza:
a través de Su Corazón misericordioso,
como a través de una puerta abierta, entramos al cielo.

Santa Faustina Kowalska