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Feria. Verde.
Gn 23, 1-4. 19; 24, 1-12. 15-16.23-25. 32-34. 37-38. 57-59. 61-67; Sal 105, 1-5.

Evangelio según San Mateo 9, 9-13

Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?”. Jesús, que había oído, respondió: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: ‘Yo quiero misericordia y no sacrificios’. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.

Tu oración

Tu oración ¿es para cuidarte a vos? ¿o es para amar a Dios? “Es que estoy desolado porque…” y aparecen un sinfín de razones.
Muchas veces nos cuesta reconocer, por falta de humildad, que nuestra desolación se debe a una baja calidad de oración, porque hemos hecho de la espiritualidad una especie de práctica para el bienestar emocional personal o porque estemos viviendo una supuesta consolación, que no es de Dios, sino que la hemos inventado nosotros para contentarnos.

Discernir la desolación necesita de mucha humildad, porque de lo contrario no podremos reconocer de dónde proviene y así mucho menos podremos saber qué “diligencias” (Ej 321) debemos poner contra esta desolación.

Espiritualidad ignaciana