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Feria. Verde.
Col 1, 9-14; Sal 97, 2-6.

Evangelio según San Lucas 5, 1-11

En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Navega mar adentro, y echen las redes”. Simón le respondió: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes”. Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”. El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”. Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.

En medio de tormentas: solo el Amor

Pasamos por momentos en la vida en los que nos sentimos sacudidos en nuestras seguridades y certezas. Tiempos de tormenta donde se nos zamarrea la barca y caen aquellas realidades en las que nos habíamos apoyado. Un acontecimiento inesperado cambia el escenario de la vida. En esos momentos nos asaltan sentimientos de incertidumbre y vértigo, perdemos claridad en las ideas y se agitan los sentimientos. Son tiempos de ruptura, de cambios, de crisis, en los que vivimos la experiencia de que las olas del lago de nuestra vida están embravecidas y se levantan muy por encima de nuestras fuerzas para contener.

Una primera tentación de este tiempo es que nuestra mirada quede amarrada a la inmensidad de las olas que nos rodean. Que nuestros pensamientos se enreden en la magnitud de la dificultad, el tamaño de las pérdidas o los problemas que nos acechan. Si nos quedamos aquí nuestro corazón quedará preso de la desesperación y no acertaremos en dar el paso necesario para transitar la tormenta.
Una salida en estos tiempos difíciles, es poner la mirada y las manos en el timón de nuestra barca, que es el elemento que nos permitirá maniobrar para sortear las olas y salir de los problemas. ¿Quién lleva el timón de nuestras vidas? ¿Dónde hemos puesto nuestra confianza y nuestras seguridades?

Y no se trata de pensar en cosas malas o dañinas. Muchas cosas buenas pueden amarrar y esclavizar el corazón, el trabajo, los amigos, los esfuerzos personales, las cosas bien habidas, una situación de vida, cuando se transforman en el centro de nuestra existencia. Muchas veces las tormentas que hunden estas realidades son oportunidades para “recalcular” la ruta y volver a centrar el corazón.
Cuando en medio de las tormentas, algunas cosas buenas se hunden, es sano dejar de mirar la magnitud de las pérdidas y preguntarnos por el centro de la vida, por quién lleva el timón de la barca.
Sólo la experiencia del Amor de Dios, de sentirnos creaturas amadas hasta el infinito, traídas a este mundo para ser amadas por Dios y para vivir en fraternidad ayudando a quienes nos necesitan, podrá llenar nuestra vida y ayudarnos a “recalcular nuestro rumbo” en medio de tormentas. Un sabio adagio dice que muchos “finitos”, no podrán llenar jamás nuestra sed de infinito. Sólo Dios llena nuestros espacios. Sólo Dios basta.

Javier Rojas, SJ.