Nuestra Señora del Rosario. (MO). Blanco.
Ba 4, 5-12. 27-29; Sal 68, 33-37; Lc 10, 17-24.
(LS) Hch 1, 12-14; [Sal] Lc 1, 46-55; Lc 1, 26-38.
Evangelio según San Lucas 1, 26-38
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la Virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: “¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!”.
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y se lo llamará Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.
María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no convivo con ningún hombre?”.
Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será santo y se lo llamará Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios”. María dijo entonces: “yo soy la servidora del Señor; que se cumpla en mí lo que has dicho”. Y el Ángel se alejó.
Oración a Ntra. Sra. del Rosario
Santa María, Madre nuestra que en cada misterio del Santo Rosario
nos brindas al Salvador, acudimos a Tí necesitados,
nos alegramos que desde la cruz del Señor te haya encomendado
la misión de acercarnos a Él y a su Iglesia por la conversión y la penitencia.
Alentados por la confianza que nos inspiras ponemos en tus manos maternales
nuestras preocupaciones y temores, pero deseamos imitar tu fidelidad a Dios
aceptando con amor y humildad todas las pruebas.
¡Madre nuestra del Rosario!,
que tu presencia renueve nuestra vida, alivie nuestro ser agobiado
por el sufrimiento y la enfermedad, sostenga nuestra docilidad a la gracia
y fortalezca nuestro amor a los demás, convirtiéndonos así en testigos del amor del Padre
que no vaciló por tu intermedio, en darnos a Jesús.
Amén