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De la feria. Morado.
Os 6, 1-6; Sal 50, 3-4. 18-21ab.

Evangelio según San Lucas 18, 9-14

Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola: Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano.

El fariseo, de pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. En cambio, el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”.

Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.

Ayuno festivo

El Señor nos invita a ayunar pero hacerlo viviendo el cristianismo siguiendo a Jesús y no en el cumplimiento de normas externas. El Señor hace nuevas todas las cosas en lo cotidiano de cada día, con el regalo de estar con Él.

El Papa Francisco en la Exhortación apostólica de la Alegría del Evangelio dice que: «el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso».

Quizás sea necesario preguntarnos cómo me he dejado engañar por el mal perdiendo la alegría. Que el “tiempo pasado fue lo mejor” es una mentira. Lo mejor siempre está por venir porque Dios está llegando. Podemos vivir un cristianismo alegre, donde Jesús está presente, en donde también hay lugar para el ayuno. Jesús me va a inspirar sobre qué ayunar, Él me va a ir mostrando qué cosas hay demás dentro mío y no el cumplimiento de normas. Puedo no comer carne pero alimentar mi corazón de envidia, de esa obsesión por el tener, de esa bronca que me quedó ante tal situación de injusticia, y eso me está haciendo mal.

El camino penitencial no es ver qué es lo que más me cuesta, sino también ir por donde ando bien para potenciarlo: si soy alegre, ver a quién transmitir alegría; si soy generoso ver a quién puedo ayudar mejor.

El ayuno al que el Señor nos invita toca nuestra vida concreta y cotidiana. El evangelio se hace carne en lo cotidiano. Si la Palabra de Dios no te ilumina el día y sólo queda en tu cabeza como una enseñanza, quiere decir que Jesús no está vivo en tu corazón. Cuando nos encontramos con el Señor, nos hace nuevo y diferente cada día.

 Alejandro Puiggari.