09

Cargando Eventos

2° de Cuaresma. Morado.
Jer 17, 5-10; Sal 1, 1-4. 6.
(Santa Francisca Romana, religiosa).

Evangelio según San Lucas 16, 19-31

Jesús dijo a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”.
“Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.
Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”. El rico contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”. Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”.
“No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”. Pero Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”.

40 acciones que transformarán tu vida en esta cuaresma

Vivir en paz. La paz interior se alcanza mediante la reconciliación con uno mismo. Es imposible lograr armonía, serenidad y paz en nuestra vida si no nos reconciliamos primero con nosotros mismos. Debemos reconocer que no somos perfectos, que podemos cometer errores y herir a otros, pero también tenemos la capacidad de aprender de nuestras equivocaciones para ser mejores personas. Hoy, debemos ayunar de castigarnos por los errores del pasado y permitir que Dios nos reconcilie. Lo que sucedió ya pasó, ahora debemos mirar hacia el futuro y aprender de nuestras experiencias. ¿Qué lecciones podemos extraer de lo vivido? A lo largo del día, repetiremos la siguiente frase: «Señor, renuncio a la exigencia de hacer todo perfectamente y aprendo serenamente de mis errores».

Javier Rojas, SJ.