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De la feria. Morado.
2Crón 36, 14-16. 19-23; Sal 136, 1-6; Ef 2, 4-10.

Evangelio según San Juan 3, 14-21

Dijo Jesús: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.

Dar espacio a Dios

Para superar la tendencia a encerrarnos en nosotros mismos y para hacer es necesario dar espacio a Dios, mirando con sus ojos la realidad cotidiana.

La alternativa entre la cerrazón en nuestro egoísmo y la apertura al amor de Dios y de los demás, corresponde a la alternativa de las tentaciones de Jesús: es decir, entre el poder humano y el amor a la Cruz, entre una redención vista sólo en el bienestar material y una redención como obra de Dios, a quien damos la primacía en la existencia.

Convertirse significa no cerrarse en la búsqueda del propio éxito, del propio prestigio y de la propia posición, sino hacer que cada día, en las pequeñas cosas, la verdad, la fe en Dios y el amor se conviertan en lo más importante.

En el tiempo de Cuaresma que iniciamos, esforcémonos por convertirnos, abriendo nuestra vida cada vez más a Dios.

Benedicto XVI.
Adaptación.