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2do de Pascua. Blanco.
Hech 5, 17-26; Sal 33, 2-9.

Evangelio según San Juan 3, 16-21

Dijo Jesús: Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no es condenado, el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.

Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.

Pequeñas Resurrecciones

La vida anticipa la eternidad. Hay muchas pequeñas muertes cotidianas. Una decepción. Un amor que no ha logrado sobrevivir. El orgullo que se cae de su pedestal. Un fracaso. Un suspenso que parece irreparable. La ruptura de una amistad, la crisis radical de fe… Pero no desesperemos, que la muerte no tiene la última palabra. Hay también, aunque no siempre nos demos cuenta, pequeñas resurrecciones. Hay instantes de lucidez en que vuelve la alegría profunda, más libre después de la tormenta. El amor vuelve a encender las cenizas que parecían solo despojos de uno mismo. Los vínculos vuelven a estrecharse en la vida, devolviéndonos el encuentro y los motivos. La chispa de Dios nunca se apaga en nosotros.

Cada vez que cedemos a lo conveniente, sacrificando lo justo. Cada vez que el amor se apaga. Cada vez que un adiós es para siempre. Cada vez que decimos palabras hirientes que no tienen vuelta atrás. Cada vez que, buscando a Dios, encontramos un silencio despoblado. Cada vez que sepultamos la verdad tras la fachada de lo útil. Cada vez que es el odio o el despecho lo que guía nuestras acciones. Cada crítica innecesaria, que solo aporta dureza al mundo. Cada vez que pasamos de largo, sin mirar a la cara del hermano herido, acaso por llegar temprano al templo. Todas esas veces, tú vendrás a buscarnos.

Pese a todo, no hay que desesperar. Porque hemos sido creados para la vida. Con minúscula y con mayúscula. Todas esas pequeñas muertes están abocadas a la Vida. Si dejas que lo mejor que hay en ti emerja, pujante. Si dejas que la tristeza se diluya en un mar lleno de historias, como si fuera un terrón de sal. Si te niegas a sucumbir a la congoja, por muy complicadas que sean las circunstancias, y eliges luchar, desde tu humanidad, tu fe, y sabiendo que no estás nunca solo. Si conviertes al tiempo en tu aliado, sin dejar que el presente te encierre en su prisión. Si, en la noche oscura, alzas al cielo una plegaria silenciosa y confiada. Si, humilde, sabes pedir ayuda. Entonces la vida vence.

Pastoral SJ