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De la feria. Verde.
1Re 17, 1-6; Sal 120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8.

Evangelio según San Mateo 4, 25-5, 12

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron».

Dejar salir antes de entrar

El «dejar salir antes de entrar» resuena como una letanía constante y familiar en la cabeza de muchos, especialmente cuando nos encontramos frente a una puerta en plena efervescencia de paso. Una norma de educación urbana que, en casa y colegio, se nos repetía cotidianamente con el ánimo de no interrumpir el ir y venir de la gente en el umbral de una puerta.

Sin embargo, a medida que uno va avanzando en el camino de la fe, interiorizando determinadas experiencias, dejándose tocar y acogiendo con ojos confiados la realidad que nos envuelve, esa frase pasa de ser una simple regla de cortesía a convertirse en el fundamento de toda experiencia espiritual, comenzando por la que el propio Dios realiza, por pura iniciativa suya, y en la que se condensa el mensaje de la festividad que hoy celebramos, de la festividad del Sagrado Corazón de Jesús.

El Corazón de Jesús nos habla de iniciativa y de libertad, de entrega sin reservas y amor profundo; nos recuerda cómo Dios, por pura iniciativa suya, comprometido con los hombres y mujeres de ayer, de hoy y mañana, sale de sí para encarnarse en medio del mundo, acampando en medio de nuestra realidad histórica y cotidiana. La vida de Jesús, su muerte y su Resurrección implican un movimiento de salida –Dios sale en busca del hombre– que provoca un encuentro personal, que transforma la vida del creyente, abriéndole nuevos horizontes, ensanchando miras y descentrando de la propia lógica a la que estamos acostumbrados. Dios nos sale al encuentro para, llevados de la mano con nuestra propia historia, invitarnos a encontrarnos con Él, a entrar en Él. Un salir antes de entrar.

Así mismo ese movimiento también nos tiene a nosotros como protagonistas activos, pues ese encuentro con el diálogo, la gratuidad y el amor de Dios nos transforma de tal modo que pasamos de ser meros observadores, a discípulos, colaboradores en la construcción del Reino. Porque el dejarnos sorprender por la iniciativa de Dios nos interpela y acarrea ir saliendo de nuestro propio amor, querer e interés como diría san Ignacio, para salir al encuentro de los otros, y en el otro, en sus alegrías y anhelos, en sus lágrimas y fragilidades, contemplar el rostro del gran Otro, que es Dios. Salir de uno mismo para, encontrándonos con aquellos que nos rodean, entrar en contacto con el Corazón de Jesús, con el amor de Dios hecho carne en el prójimo, en el hermano.

La festividad grande del Sagrado Corazón de Jesús es expresión del amor de Dios. Evoca un mensaje claro escrito por Dios mismo. Un mensaje de profunda fidelidad que, como he comenzando estas líneas, es síntesis de nuestra fe, la que profesamos en un Dios, que por amor se nos hace presente, se nos hace realidad, se nos hace verdadera vida y no se cansa de invitarnos a estar junto a Él, a adentrarnos en el misterio de su amor, en el misterio de su corazón.

Sergio Rosa