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De la feria. Morado.
Is 65, 17-21; Sal 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b.

Evangelio según San Juan 4, 43-54

Jesús partió hacia Galilea. Él mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta.

Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a sanar a su hijo moribundo.

Jesús le dijo: “Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen”. El funcionario le respondió: “Señor, baja antes que mi hijo se muera”. “Vuelve a tu casa, tu hijo vive”, le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía.

Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. “Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre”, le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: “Tu hijo vive”. Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

La paz es un estado de tranquilidad que se alcanza a través de la aceptación. Acepta lo que no puedes cambiar y cambia lo que no puedes aceptar.

La paz es un estado de serenidad que se despliega a través de la gracia de la aceptación. Imagina la paz como un lago apacible cuyas aguas reflejan la calma del cielo. Aceptar lo que no puedes cambiar es como dejar que las olas de ese lago se calmen, permitiendo que la superficie se vuelva clara y tranquila.

Transforma lo que te es inaceptable. Es como alterar el curso de un río, no enfrentándote a la corriente, sino redirigiéndola con paciencia y persistencia. Constituye un acto de valentía, de determinación, de amor propio.

Robert Fulghum escribió en una oportunidad: “La paz no es un deseo; es algo que creas, haces, eres y compartes’. La paz no es simplemente un estado, sino un acto de creación. Es algo que generamos en nuestro interior, que cultivamos en nuestras acciones, que encarnamos en nuestro ser y que regalamos al mundo.

Procura siempre la paz en tu interior y tu exterior cambiará para ti. Acepta lo inalterable, transforma lo inaceptable, y hallarás esa paz anhelada. Porque la paz no solo es un estado de serenidad, sino una obra de arte que haces artesanalmente.

Javier Rojas, SJ.
Camino de Cuaresma.
Una luz en el desierto – Parte 12.