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Feria. Verde.
Jl 1, 13-15; 2, 1-2; Sal 9, 2-3. 6. 16. 8-9.

Evangelio según San Lucas 11, 15-26

Habiendo Jesús expulsado un demonio, algunos de entre la muchedumbre decían: “Éste expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios”. Otros, para poner lo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: “Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque –como ustedes dicen– yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita las armas en las que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo desparrama. Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: ‘Volveré a mi casa, de donde salí’. Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada. Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio”.

Perdonar es abrir nuevos caminos

Cuando hablamos de perdón, puede surgir una cierta resistencia en nosotros. Especialmente cuando recordamos aquellas vivencias en que hemos sufrido un daño totalmente injustificado por parte de otros. Puede parecer que el perdón es propio de personas blandas, que se deja llevar por un sentimentalismo que obvia los hechos, o que toman parte en una comedia que en el fondo sólo busca huir de los conflictos. Podría parecer que el perdón se opone a reconocer la verdad, la verdad de la ofensa, del daño hecho.

Perdonar no es disimular el daño. Es acogerlo, superarlo y a veces, incluso hacer algo bueno de esa situación. Es coger esa situación herida, y aunque las cicatrices permanezcan, abrir nuevos caminos. Perdonar a alguien es decirle «tú tienes futuro».

Espiritualidad ignaciana