Memoria obligatoria. Blanco.
San Cirilo, monje, y san Metodio, obispo. (Hech 13, 46-19; Sal 116, 1-2; Lc 10, 1-9).
Gén 6, 5-8; 7, 1-5. 10; Sal 28, 1ª. 2. 3ac-4. 3b. 9c-10.
Evangelio según San Marcos 8, 13-21
Jesús volvió a embarcarse hacia la otra orilla del lago. Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. Jesús les hacía esta recomendación: «Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes». Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan. Jesús se dio cuenta y les dijo: «¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni
entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?». Ellos le respondieron: «Doce».
«Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?». Ellos le respondieron: «Siete». Entonces Jesús les dijo: «¿Todavía no comprenden?».
Y este año, ¿amarás?
Pocas personas han definido de una manera tan cercana y verdadera qué es el amor como Sabina cuando dijo aquello de: «No hay ni una sola historia de amor real que tenga un final feliz. Si es amor, no tendrá final. Y si lo tiene, no será feliz».
El amor es algo más que ese sentimiento vibrante entre dos personas; el amor es ese «Fratelli tutti» de la encíclica del papa Francisco parafraseando a san Francisco de Asís, a través del que nos hacemos conscientes de que todo –y todos– está conectado en una realidad cada vez más unida por los medios tecnológicos, pero cada vez más desconectada humanamente, polarizada y envuelta en una confraternidad desvinculada.
Ese «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev 19, 18) ha quedado relegado a una posición marginal, donde la conciencia de una humanidad marcada por el ‘yo’ más personal ha reemplazado al prójimo, que junto con su amor por él es el máximo indicador de una vida plena en sociedad.
Pero nuestra actualidad nos lleva a vivir de espaldas al amor verdadero, ensimismándonos en cuestiones de escaso valor y olvidando aquellas otras que son perentorias: el amor por el pobre, por el que sufre y no tiene una vida similar a la nuestra; el sentimiento de amar al prójimo como hermano aunque sus ideales sean diferentes a los míos; el arrojar luz y esperanza en un espíritu desencantado… en definitiva, romper todas aquellas barreras espirituales que nos hacen ver al otro como «el bicho raro» y detestarlo.
Y, aun así, nos consideramos cristianos y fieles cumplidores de la voluntad de Dios, como aquel sacerdote y levita de la parábola del Buen Samaritano. El papa Francisco concentra estas actitudes de una forma sobrecogedora: «[…] el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada. […] es que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes».
En este nuevo año que comenzó a andar hace pocas semanas, pidamos que el Señor nos dé la gracia de amar al prójimo y dedicarle nuestro tiempo sin esperar reconocimiento ni aplausos, porque el amor «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Cor 13, 7).
Saúl Núñez Amado.