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De la feria. Morado.
Éx 32, 7-14; Sal 105, 19-23.

Evangelio según San Juan 5, 31-47

Jesús dijo a los judíos: Si Yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no valdría. Pero hay otro que da testimonio de mí, y Yo sé que ese testimonio es verdadero. Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que Yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes. Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz.

Pero el testimonio que Yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que Yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no permanece en ustedes, porque no creen al que él envió. Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí, y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida.

Mi gloria no viene de los hombres. Además, Yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes. He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben, pero si otro viene en su propio nombre, a ése sí lo van a recibir. ¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que viene del único Dios? No piensen que soy Yo el que los acusaré ante el Padre; el que los acusará será Moisés, en el que ustedes han puesto su esperanza.

Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí. Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que Yo les digo?

Menú de cuaresma 

Cuando la gente quiere celebrar algo importante se prepara con mucha antelación (…) El que desea algo mucho tiempo lo anticipa y se prepara.

La Pascua es una fiesta que contiene tantas cosas. Y por eso tenemos estas semanas previas para prepararnos.

La penitencia, es saber mirar hacia dentro y ser conscientes de que hay bastantes cosas en nuestra vida que necesitan ser convertidas, transformadas.

Saber que, entre el orgullo de creer que se puede ser perfecto, y la necedad de aceptar que todo vale, cabe un camino intermedio: saberse frágil, pero al tiempo desear luchar. Saberse pecador, y sin embargo desear una y otra vez construir el reino y combatir el mal que hacemos, con palabras, silencios, críticas. Y tener el valor de mirarse en un espejo interior, y pedir perdón por lo que se haya hecho mal. Pedir perdón con el compromiso de cambiar (o intentarlo).

Pedir perdón, porque sólo quien se siente reconciliado es capaz de acoger la limitación propia y ajena. Pedir perdón, porque no todo vale, y porque demasiadas cruces en nuestro mundo tienen que ver con la ceguera para percibir el mal.

Antes se hablaba mucho del ayuno y la abstinencia. Que no se coma carne los viernes, dicen unos. Y parece que hay que perderse en esa discusión un poco absurda a estas alturas.

Tal vez la cuestión es recordar que, en este mundo que nos invita a una satisfacción constante de todo: “lo que te apetezca”, “ya”, “para ti”, “disfruta”, “goza”, “diviértete”, “ten todo, aspira a todo, consigue todo”, cabe un punto de austeridad y a veces viene bien hacernos conscientes de los límites. Es importante asumir que esa aspiración a todo sólo nos conduce a espirales de insatisfacción. Se trata de detenerse y, a través de pequeñas renuncias, o de algo que para uno sea significativo, encontrar el valor de la austeridad, o del sacrificio, o del compromiso con lo que a veces tiene de carga… más que nada para ser conscientes de que, también desde ahí se construye el reino, o, más exactamente, que el criterio último en la vida no es “me gusta, me satisface, me llena”.

La oración es buscar una forma de dirigirte personalmente a Dios, y tal vez, con un poco de suerte, escuchar. No se trata de aspirar a místicas sublimes, sino de hacer consciente a Dios.

Se trata de buscar espacios en los que dirigirnos a Él, desde el silencio, como un “Tú”. Hay quien lo hace desde oraciones ya hechas, mientras otros buscan palabras propias. Hay quien le habla de su vida; quien pide, quien ofrece, quien pregunta, quien agradece… A veces te apoyas en textos, y esos textos te pueden resonar de modo distinto, y tal vez ahí percibes que Dios te toca de un modo distinto. La oración no es una condena ni una obligación, sino aprender a hablar a Dios en segunda persona, y a sentir que, con El, uno no está solo.

Pastoral SJ.