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6° de Pascua. Blanco.
Hech 8, 5-8. 14-17; Sal 65, 1-3a. 4-7a. 16. 20; 1Ped 3, 15-18.

Evangelio según San Juan 14, 15-21

Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco, el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”.

Puntos para tu oración.

Ninguna otra experiencia transforma tanto como cuando nos sentimos amados de manera única e incondicional. Ese amor nos ilumina la vida. Tan acostumbrados estamos a que nos amen por lo que tenemos o logramos, que cuando experimentamos un amor gratuito no lo sabemos reconocer ni valorar. Saborear un amor así en este mundo es un pequeño adelanto de nuestra resurrección.

La mayor riqueza a la que podemos aspirar en esta vida es gozar del amor que viene de lo alto y de la profundidad del corazón de las personas y se siente en lo profundo de nuestro interior. Nuestra dignidad está en ese amor. Para abrirnos al amor gratuito necesitamos aceptar, primero, que será siempre gratuito y no podemos manipularlo. Y, en segundo lugar, debemos reconocer que los amores humanos siempre nos dejarán «incompletos».

No está bien exigir al amor humano que compense el anhelo del amor divino que añoramos. El amor divino, nos sostiene hasta que lleguemos a estar con Él por toda la eternidad. Allí, junto a Él, por fin será colmado ese anhelo de amor infinito que aquí solamente podemos vislumbrar a través de las limitaciones que tiene el amor humano. Resucitar es ser transformados por el amor de Dios.

Javier Rojas, SJ.

Pequeñas Resurrecciones

La vida anticipa la eternidad. Hay muchas pequeñas muertes cotidianas. Una decepción. Un amor que no ha logrado sobrevivir. El orgullo que se cae de su pedestal. Un fracaso. Un suspenso que parece irreparable. La ruptura de una amistad, la crisis radical de fe… Pero no desesperemos, que la muerte no tiene la última palabra. Hay también, aunque no siempre nos demos cuenta, pequeñas resurrecciones. Hay instantes de lucidez en que vuelve la alegría profunda, más libre después de la tormenta. El amor vuelve a encender las cenizas que parecían solo despojos de uno mismo. Los vínculos vuelven a estrecharse en la vida, devolviéndonos el encuentro y los motivos. La chispa de Dios nunca se apaga en nosotros.

Cada vez que cedemos a lo conveniente, sacrificando lo justo. Cada vez que el amor se apaga. Cada vez que un adiós es para siempre. Cada vez que decimos palabras hirientes que no tienen vuelta atrás. Cada vez que, buscando a Dios, encontramos un silencio despoblado. Cada vez que sepultamos la verdad tras la fachada de lo útil. Cada vez que es el odio o el despecho lo que guía nuestras acciones. Cada crítica innecesaria, que solo aporta dureza al mundo. Cada vez que pasamos de largo, sin mirar a la cara del hermano herido, acaso por llegar temprano al templo. Todas esas veces, tú vendrás a buscarnos.

Pese a todo, no hay que desesperar. Porque hemos sido creados para la vida. Con minúscula y con mayúscula. Todas esas pequeñas muertes están abocadas a la Vida. Si dejas que lo mejor que hay en ti emerja, pujante. Si dejas que la tristeza se diluya en un mar lleno de historias, como si fuera un terrón de sal. Si te niegas a sucumbir a la congoja, por muy complicadas que sean las circunstancias, y eliges luchar, desde tu humanidad, tu fe, y sabiendo que no estás nunca solo. Si conviertes al tiempo en tu aliado, sin dejar que el presente te encierre en su prisión. Si, en la noche oscura, alzas al cielo una plegaria silenciosa y confiada. Si, humilde, sabes pedir ayuda. Entonces la vida vence.

Pastoral SJ.