Feria. Verde.
Gén 7, 6-7; 8, 6-13. 20-22; Sal 115, 12-15.18-19.
Evangelio según San Marcos 8, 22-26
Cuando Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. Él tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerla saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: «¿Ves algo?». El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: «Veo hombres, como si fueran árboles que caminan». Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo».
Orar sin desanimarse
Vivimos en el tiempo de la instantaneidad, de la velocidad y de la simultaneidad. Es fugaz el paso de los días y de los acontecimientos. Nuestra necesidad, nuestro deseo, se debe de cumplir ahora mismo. En muchas ocasiones nos convertimos en impacientes crónicos: exigimos repuesta rápida. Estoy seguro de que tendrás miles de ejemplos: WhatsApp, Amazon Prime, Glovo… etc.
No me sorprende, por tanto, que muchas personas se pregunten si Dios escucha nuestras oraciones y responde a ellas. Con Dios no vale tener una suscripción. No existe Hijo de Dios Prime.
En primer lugar, fíjate, que la oración es lo más intimo de un ser humano. Es una conversación sagrada. Nuestra oración no se ve. Nadie más puede experimentarla. Nadie puede sabotearla. Se trata de un encuentro entre Dios y tú. Por esto mismo, Dios escucha. Dios atiende.
En segundo lugar, debemos de tener fe. «Quién pide recibe, quién busca encuentra, a quién llama se le abre». No hay que tener fe en mis palabras o en las palabras de la persona más santa que conozcas. Hay que tener fe en lo que Cristo mismo dijo. En su Palabra. Cristo no falla, no nos abandona, no discrimina.
En tercer lugar, sumergidos en esta espiral de velocidad en la que hemos convertido nuestra vida, el paso de Dios en ella, su acción directa, pasa en ocasiones desapercibido. No olvides que el corazón de Dios late a otro ritmo diferente al nuestro. Sus tiempos no son los nuestros. Sé paciente. Sé valiente. No te desanimes en la oración porque Dios siempre escucha. Reza, ten el corazón en alerta, los ojos bien abiertos y desacelera.
Anselmo Rabadán sj