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Feria. Morado.
Is 48, 17-19; Sal 1, 1-4. 6; Mt 11, 16-19.

Evangelio según San Mateo 11, 16-19

Jesús dijo a la multitud: “¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: ‘¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!’. Porque llegó Juan el Bautista, que no come ni bebe, y ustedes dicen: ‘¡Está endemoniado!’. Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras”.

Llegar al Pesebre con un deseo

Una de las gracias propias de este tiempo para nosotros es el deseo de ser más buenos, lo lindo es llegar al Pesebre con un deseo, un anhelo.

Justamente frente al Niño lo primero que se moviliza en el corazón es este deseo de ser buenos, limpiar nuestra mirada a veces enturbiada por nuestra falta de inocencia. De rescatar al niño que llevamos en nuestro corazón que a veces nuestra adultez lo tiene arrinconado, amordazado, imposibilitado de juntar y cantar, para que así liberada nuestras seriedades y adulteces, recuperemos sobre todo nuestra capacidad de asombro.

Belén, no es una ciudad del mundo; sino, es un rincón del corazón.

La bondad del Pesebre no es una bondad híbrida. Se dice que hay dos formas de bondades, una es la bondad de los inocentes, la de los niños y enfermitos, y la otra es la bondad de los caídos perdonados, esta segunda es la nuestra, una bondad no como un estancamiento en la niñez, sino como una conquista. Por eso se dice que al Pesebre se entra siendo niño o humillándose mucho, del espinazo al orgullo, agachando la cabeza de nuestras importancias.

Jesús se sentía atraído por dos categorías de hombres, por los niños y los pecadores, es decir, la inocencia y la caída, eran para Jesús prendas de salvación.

Los invitó a pedir en el Pesebre tener un corazón de niños: Poner al pie del Niño, el propio corazón.

Ángel Rossi, SJ.