De la feria. Verde.
Heb 5, 1-10; Sal 109, 1-4.
Evangelio según San Marcos 2, 18-22
Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?”. Jesús les respondió: “¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!”.
Mi oración
¿Cómo podría centrarme en mi oración, cuando mi mente y mi corazón estaban distraídos con tantas cosas?
Me llevó muchos años de lucha y fracaso darme cuenta de que mi verdadera distracción estaba en mi vida, no en mi oración. Estaba distraído en casi todas las áreas de la vida, el trabajo o el estudio. No es de extrañar que mi oración sufriera el mismo malestar.
Esta comprensión me abrió de par en par una puerta a la conciencia y a uno de los medios de oración ignacianos más tradicionales: el Examen. Yo, como muchos de mis amigos en la vida religiosa, no era una mala persona. Éramos compañeros decentes, esforzándonos lo más posible en hacer bien lo que se nos pedía que hiciéramos. Pero estábamos “distraídos”.
P. Adolfo Nicolás, SJ.