2º de Pascua o de la Divina Misericordia. Blanco.
Hech 2, 42-47; Sal 117, 2-4. 16-18. 22-24; 1 Ped 1, 3-9.
Evangelio según San Juan 20, 19-31
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado.
Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás.
Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”.
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Éstos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Puntos para tu oración
Qué elocuente es el contraste de las puertas cerradas de los discípulos y la herida abierta de Cristo. Las primeras son imagen del pueblo de Dios tentado por el miedo. Sin embargo, a pesar de poner barreras, el resucitado puede entrar sin violencia a través de nuestras defensas y mostrar que nada podemos frente a sus sorpresivas irrupciones.
Es así cómo nos hace comprender, además, que la identidad cristiana es apertura en fraternidad a todos, porque no nos salvamos solos. Por eso no llama la atención verlo en su paso entre nosotros, haciendo comunidad con los demás. Mientras, por el contrario, en el mundo encuentra muros que nos separan por miedo a los otros y no puentes para la unión en la diferencia.
Su herida abierta, por su parte, es una invitación a encarnarnos en el mundo y hacer que la palabra de verdad se realice en la caridad y fraternidad, tras la salida del encierro en nosotros mismos. Por lo cual, como a Tomás, nos invita a meter la mano en su herida, a tocar el dolor ajeno, real y no virtualmente.
Es así como nos hace comprender que ser cristiano en nuestra sociedad, es realizar la palabra de Dios con hechos concretos de servicio a él en los demás. Sin este hacer la verdad en la caridad y fraternidad, ser cristiano se reduce sólo a una palabra. Si, por tanto, no nos resignamos a la insignificancia, debemos apuntar a una misión específica en el mundo y en la historia concreta de hoy, como miembros del cuerpo de Cristo y pueblo peregrino de Dios.
Este hacer la verdad de su palabra en cada responsabilidad nuestra con los otros, hará renacer entre todos un deseo mundial de hermandad, donde nada sea sin ellos, porque nadie puede pelear la vida aisladamente, sino sostenidos por la comunidad en la fe, que a unos y a otros ayuda a mirar adelante.
Solos, corremos el riesgo de ver espejismos o convertirnos en una secta autorreferencial, dejando pasar la ocasión, no sólo de crear algo nuevo, sino también, de salir juntos menos egoístas de la crisis, al dejarnos tocar como Tomás, por el dolor de Cristo en los otros. Esto es posible realizar, si existe un encuentro y relación personal con él, un trato de amistad que lleva a la acción e invita a ofrecer la salvación al mundo, sirviéndolo mediante la realización concreta de la palabra de Dios, hecha verdad en la caridad y fraternidad.
Guillermo Randle, SJ.
Quinta estación: Jesús elige a una mujer como apóstol de sus apóstoles
«María se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el monumento, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. Le dijeron: ¿Por qué lloras, mujer? Ella les dijo: porque han tomado a mi Señor y no sé dónde le han puesto. Diciendo esto, se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuera Jesús.
Dijo Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: Señor, si les has llevado tú, dime dónde le has puesto, y yo le tomaré. Jesús le respondió: ¡María! Ella, volviéndose, le dijo en hebreo: ¡Rabboni!, que quiere decir Maestro.
Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a Vuestro Dios.
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: He visto al Señor, y las cosas que le había dicho.» (Jn 20, 11-18)
Lo mismo que María Magdalena decimos hoy nosotros: Me han quitado a mi Señor y no se dónde lo han puesto Marchamos por el mundo y no encontramos nada en qué poner los ojos, nadie en quien podamos poner entero nuestro corazón. Desde que tú te fuiste nos han quitado el alma y no sabemos dónde apoyar nuestra esperanza, ni encontrarnos una sola alegría que no tenga venenos. ¿Dónde estas? ¡Dónde fuiste, jardinero del alma, en qué sepulcro, en qué jardín te escondes? ¿O es que tú estás delante de nuestros mismos ojos y no sabemos verte? ¿Estás en los hermanos y no te conocemos? ¿Te ocultas en los pobres, resucitas en ellos y nosotros pasamos a su lado sin reconocerte? Llámame por mi nombre para que yo te vea, para que reconozca la voz con que hace años me llamaste a la vida en el bautismo, para que redescubra que tú eres mi maestro. Y envíame de nuevo a transmitir de nuevo tu gozo a mis hermanos, hazme apóstol de apóstoles como aquella mujer privilegiada que, porque te amó tanto, conoció el privilegio de beber ella primera el primer sorbo de tu resurrección.
José Luis Martín Descalzo.