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De la feria. Verde.
Éx 1, 7-14. 22; Sal 123, 1-8.

Evangelio según San Mateo 10, 34—11, 1

Jesús dijo a sus apóstoles: “No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que los recibe a ustedes me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo no quedará sin recompensa”. Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.

Sabiduría ignaciana – «El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras»

En el ajetreo y la vorágine de la vida cotidiana, a menudo olvidamos la importancia de demostrar nuestro amor a través de nuestras acciones. Nos hemos sumergido en un mar de palabras vacías y promesas vanas, olvidando que el amor verdadero se manifiesta en hechos tangibles, en gestos que trascienden las meras palabras.

Esta expresión de San Ignacio de Loyola, «El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras», nos invita a reflexionar sobre la necesidad de traducir nuestras palabras en actos significativos. No basta con decir «te amo» sin hacer nada al respecto. Nuestros seres queridos necesitan ver y sentir nuestro amor a través de nuestras acciones diarias.

¿Cuántas veces hemos dejado pasar oportunidades para mostrar nuestro amor? Un simple abrazo, una sonrisa cálida, una palabra de aliento o un acto de bondad pueden tener un impacto duradero en la vida de los demás. Es en estos gestos aparentemente pequeños donde el amor se convierte en algo tangible y real.

No debemos olvidar la fuerza y el poder que tienen nuestras acciones. Cada decisión que tomamos y cada interacción que tenemos con los demás es una oportunidad para demostrar nuestro amor. Nuestro compromiso con los Ejercicios Espirituales Ignacianos nos enseña a discernir y actuar según la voluntad divina, llevando el amor a cada encuentro y situación.

Recordemos siempre que nuestras acciones hablan más fuerte que nuestras palabras. No dejemos que nuestras palabras se desvanezcan en el viento, sino que se hagan eco en el mundo a través de nuestras acciones amorosas. Ama a tu prójimo no solo en teoría, sino también en la práctica diaria.

Javier Rojas, SJ.