Feria. Verde.
Jos 3, 7-11. 13-17; Sal 113 A, 1-6.
Evangelio según San Mateo 18, 21—19, 1
Se acercó Pedro y le preguntó a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”. Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: ‘Dame un plazo y te pagaré todo’. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: ‘Págame lo que me debes’. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: ‘Dame un plazo y te pagaré la deuda’. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: ‘¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?’. E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos”. Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán.
La función del dolor
Todo el dolor del mundo llega a nosotros para que nos ablandemos, para que nos suavicemos, para que nos sensibilicemos, para que el orgullo y las máscaras de fortaleza se caigan como las hojas de otoño. El dolor no es una maldición, es una invitación a que seamos completamente lo que siempre fuimos en secreto.
Dejemos de rechazarlo por un instante, dejemos que nos inunde, dejemos que nos enseñe cuál es nuestra verdad. Estamos llamados a llenarnos de coraje para empoderarnos de toda la creatividad que brinda el cielo, la tierra y la magia que llega desde fuera de todo tiempo y lugar.
Soltemos por un momento la testarudez que usamos para defendernos. Por temor a la muerte, estamos muertos en vida. Por temor a la soledad, nos relacionamos solamente de manera asustadiza y superficial.
No hay seguridad más que la de confiar en nuestras entrañas, en nuestros impulsos primarios, en la aventura de estar vivos. Arriesguemos toda comodidad mundana por una vida auténtica, llena de pasión y novedad. Arriesguemos cualquier compañía física por tener relaciones íntimas de amistad, en las cuales podamos hablar con el corazón en la mano y en las cuales podamos ser ciento por ciento nosotros mismos: superficiales, profundos, brutalmente honestos.
La Vida siempre nos demandará que nos desnudemos, que confiemos, que nos arriesguemos. Por eso duele. Por amor. Para que vivamos nuestra verdad e inspiremos a otros a vivir la suya.
De lo único que podemos arrepentirnos en el lecho de muerte es de no habernos arriesgado.
Ignacio Asención.