1º de Cuaresma. Morado.
Génesis 9, 8-15; Salmo 24, 4-5b.6.7b-9; 1 Pedro 3, 18-22.
Evangelio según San Marcos 1, 12-15
En aquel tiempo, el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió allí entre animales salvajes, y los ángeles le servían.
Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: «Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio».
Puntos para tu oración
La luz del evangelio de hoy está en el inseparable doble movimiento del que Jesús nos da ejemplo e invita a vivir en la fe, como pueblo y testigos de Dios. Estos son: estar con él y salir a los demás. Estar y salir movidos por su Espíritu.
El estar, está representado por su permanencia en el desierto, encarnada en ese páramo que es figura del mundo sin Dios, donde permanece en relación íntima y personal con el Padre para elevarlo a él. A su vez, el desierto es figura de las tentaciones que se nos presentan en contra del seguimiento de Cristo, como es nuestra tendencia negativa al encierro en nosotros mismos, raíz de todo pecado, cualquiera sea este.
Al mismo tiempo, es el desierto el punto de partida y salida a los demás para comunicar su mensaje salvífico, fruto del estar con Dios. ¿Pero salvación de qué? Del encierro que nos malogra como personas e hijos de Dios, y nos aleja del sentido de la vida y del cristiano, que es ser para los demás y vivir en plenitud la vida humana y divina en el servicio a Dios en los otros.
El cambio interior auténtico que esto implica, abarca a toda la persona, a toda la vida, y requiere no sólo limpiar la casa, figura del alma, pero dejándola vacía, con el peligro de volver atrás, sino dejar aposentarse en ella a un nuevo Señor. Sin embargo, todavía faltaría vencernos a nosotros mismos, no a fuerza de voluntad, sino de dejarnos vencer por él, abandonándonos a la clemencia de su gracia, motivo profundo de la conversión, que es dejarnos invadir por la experiencia de la incomprensible bondad de Dios, que sobrecoge a los rebeldes, la de ser vencidos por su inmerecido amor.
Esto nos muestra al mismo tiempo indirectamente, que hay en nosotros una resistencia interior a su acción, que si bien es señal cierta de nuestra condición pecadora, al mismo tiempo es signo de vida interior y no de desastre alguno, de esa vida que es lucha entre dos movimientos interiores contrapuestos, de encierro en nosotros y de apertura a Dios, en pugna permanente, en la que él busca emerger sin violencia en nuestro corazón, como la vida misma de Cristo en nosotros.
Que el amor que está más en las obras que en las palabras, halle nuestro corazón abierto a su acción, para más amarlo y seguirlo en el servicio a él en los demás.
Guillermo Randle, SJ.