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De la feria.
Gn 17, 1-9; Sal 104, 4-9.

Evangelio según San Juan 8, 51-59

Jesús dijo a los judíos: “Les aseguro que el que es fiel a mi palabra no morirá jamás”.

Los judíos le dijeron: “Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado. Abraham murió, los profetas también, y tú dices: ‘El que es fiel a mi palabra no morirá jamás’. ¿Acaso eres más grande que nuestro padre Abraham, el cual murió? Los profetas también murieron. ¿Quién pretendes ser Tú?”.

Jesús respondió: “Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. Es mi Padre el que me glorifica, el mismo al que ustedes llaman ‘nuestro Dios’, y al que, sin embargo, no conocen. Yo lo conozco y si dijera: ‘No lo conozco’, sería, como ustedes, un mentiroso. Pero yo lo conozco y soy fiel a su palabra. Abraham, el padre de ustedes, se estremeció de gozo, esperando ver mi Día: lo vio y se llenó de alegría”.

Los judíos le dijeron: “Todavía no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?”.

Jesús respondió: “Les aseguro que desde antes que naciera Abraham, yo soy”.

Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero Jesús se escondió y salió del templo.

Dios

Ahí estás. Un Tú difícil de entender. Una intución a veces. Eres más que un nombre, más que un concepto, más que una idea, pero hay que pensarte. Eres presencia, pero no evidente. Eres relación, pero distinta de cualquer otra relación de nuestra vida. Y te vamos aprendiendo. En lo que otros nos cuentan. En lo que Tú revelaste a lo largo de una historia increíble. Llenamos nuestra sed con intuiciones, pensamientos, conceptos que nos ayudan a imaginarte, pero no bastan. Te ponemos los nombres de las realidades buenas, a ver si así somos capaces de zambullirnos en ti.

Entonces eres amigo, amor, bondad, justicia, sabiduría… Aprendemos a llamarte. Eres Padre, y eres Hijo, y eres Espíritu. También las acciones nos enseñan a ponerte nombre. Eres alfarero cuyas manos dan forma al barro, escultor de belleza, el labrador que siembra semillas de justicia y vida, el creador del mundo. Eres el pastor que cuida del rebaño. Eres luz que alumbra en tinieblas. Y calor que derrite el hielo. Eres abrazo, la ternura, el beso, la palabra, el fuego, el agua. Huracán y brisa. Eres pincipio y fundamento. Alfa y omega…

A veces eres claro, y otras impenetrable. Nuestra pasión y nuestro gran interrogante. En ocasiones, todo lo haces suave y llevadero, mientras que otras veces eres lo más difícil.

Te nos vas revelando en la historia, en las palabras lúcidas de aquellos que consiguen asomarte a ti. Y descubrirte es ir percibiendo una verdad que se desvela, pero nunca del todo. Eres el ministerio ante el que, siendo niños, abrimos los ojos admirados, pero también el que despierta preguntas. Permaneces imbatible frente a la rebeldía con que en ocasiones te negamos o la complacencia con que queremos domesticarte. Tan cerca y tan lejos a la vez.

Nunca conseguiremos apartarte, y posiblemente tampoco sepamos dejarnos envolver por ti del todo. Pero que no nos falte jamás la inquietud por seguir aprendiéndote: ¿Quién eres?

José María Rodríguez Olaizola, SJ.