4° de Cuaresma. Morado.
Ez 40, 1-3; 47, 1-9. 12; Sal 45, 2-3. 5-6. 8-9.
Evangelio según San Juan 5, 1-3ª. 5-18
Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén, Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados. Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?». El respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes». Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina». En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los Judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: «Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla». El les respondió: «El que me curó me dijo: «Toma tu camilla y camina». Ellos le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te dijo: «Toma tu camilla y camina?». Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.
Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: «Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía». El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado. el les respondió: «Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo». Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre.
40 acciones que transformarán tu vida en esta cuaresma
La viga en el propio ojo. Es más fácil, como dijo Jesús, ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio (Cfr. Lc 7, 3). Juzgar a los demás, o mejor dicho, prejuzgar, se ha convertido en un mal hábito arraigado en nosotros. Medimos a los demás con nuestra propia vara y creemos que eso es suficiente para emitir un juicio. A menudo no sabemos nada de la persona que criticamos y la juzgamos duramente como si estuviéramos enterados de todo. Lo más grave de todo esto es que, al hacerlo, nos olvidamos de mirarnos a nosotros mismos y preguntarnos: ¿no estaré yo haciendo lo mismo que la persona a la que critico y juzgo con severidad, viendo en ella lo mismo que no me animo a reconocer en mí? No olvidemos que a veces los demás nos reflejan lo que no estamos dispuestos a reconocer en nosotros. Hoy, vamos a ayunar de juzgar a los demás.
Javier Rojas, SJ.