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Feria. San Lorenzo de Brindis. (ML). Blanco.
Éx 11, 10–12, 14; Sal 115, 12-13. 15-18.

Evangelio según San Mateo 12, 1-8

Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas. Al ver esto, los fariseos le dijeron: “Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado”. Pero él les respondió: “¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes? ¿Y no han leído también en la ley, que los sacerdotes, en el templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta? Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el templo. Si hubieran comprendido lo que significa “prefiero la misericordia al sacrificio”, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado”.

Sabiduría ignaciana – «Demandar lo que quiero; será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga».

En nuestra búsqueda espiritual, a menudo nos encontramos en un diálogo interno constante, donde anhelamos algo más significativo y trascendental en nuestras vidas. Demandar lo que deseamos, como nos propone San Ignacio en la petición de las oraciones de la Segunda Semana de los Ejercicios Espirituales, puede parecer egoísta, pero al contrario, es un llamado a reconocer y nutrir el conocimiento interno del Señor en nosotros.

En esa búsqueda, descubriremos que Dios no es una entidad lejana e inaccesible, sino alguien que se ha hecho hombre para estar cerca de nosotros, para caminar a nuestro lado en cada paso de nuestro viaje hacia el cielo.

Es en esta búsqueda de conocimiento interno, en la exploración profunda de nuestra alma, donde encontraremos el amor verdadero por Dios y la voluntad de seguirlo incondicionalmente. Aquí reside la clave para una relación más auténtica y significativa con nuestro Creador.

A veces, nos sentimos perdidos en un mar de sospechas mundanas, pero en la quietud de nuestro corazón, es donde la voz de Dios susurra sus enseñanzas. A través de los Ejercicios Espirituales Ignacianos, aprendemos a escuchar esta voz, a descubrir la huella divina en nuestro ser ya comprender que somos templos del Espíritu Santo.

En este proceso, es natural que surjan preguntas y dudas, pero no tengamos miedo, pues al acercarnos a Dios con sinceridad, Él nos revelará su amor y nos mostrará el camino a seguir. Demandar conocimiento interno del Señor es el inicio de una profunda transformación espiritual que nos permitirá amarlo y seguirlo con toda nuestra alma.

Javier Rojas, SJ.