Feria Privilegiada. Morado.
Ct 2, 8-14 (o bien: So 3, 14-18); Sal 32, 2-3. 11-12. 20-21; Lc 1, 39-45.
(San Pedro Canisio).
Evangelio según San Lucas 1, 39-45
Durante su embarazo, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
El camino de María
El camino de María es el camino de la Hospitalidad. Hospitalidad, ante todo, en el sentido más simple y llano de: dar lugar.
Ella da lugar a los planes amorosos de Dios para que ocurran. Se dispone, por decir así, para que la vida de Dios encuentre un lugar en ella. Por supuesto, esto supone una profunda confianza en Él. María, no tiene miedo a ser tomada por Dios, por eso le da lugar a que Él la mire, la ame, la cuide, la prepare, y por qué no, le pida aquello que de ella necesita y espera.
Su hospitalidad abarca también su tiempo. Por eso, la eternidad de Dios consigue cruzar sus coordenadas con las suyas, y de ese modo, la historia del Salvador esperado, en María se hace una, con la historia de la Salvación que ella espera.
El camino de María, es otro de los posibles caminos a recorrer en nuestro Adviento.
El camino del “dar lugar”. De darlo, por ejemplo, para que Dios pueda hacerse presente en nuestras palabras, pensamientos y acciones, y al menos una vez, sean el hablar y el obrar propios del Amor, y no, de otra viciada motivación.
De dar lugar a que las cosas se salgan de nuestros planes y comiencen a seguir los, sorprendentes e igualmente sabios, planes de Dios. De dar lugar a que pueda y quiera tenernos con Él; ocuparse de nosotros, sanarnos, fortalecernos, alimentarnos, y también, misionarnos.
De dar lugar, no sólo a Dios, que siempre toma la iniciativa, sino también a los demás. De modo que sean otros los que lleven en un momento dado (y porque a ellos les toca), el papel protagónico de lo que acontece.
De dar lugar como María, para que nuestra hospitalidad abarque también nuestro tiempo y la historia de los otros pueda tocar con la nuestra.
Quien no viva así su Adviento no encontrará al que viene, pues cuando venga, pasará de largo sin que él se de cuenta.
Javier Albisu