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De la feria.
Ez 37, 21-28; Jer 31, 10-12ab. 13.

Evangelio según San Juan 11, 45-57

Al ver que Jesús había resucitado a Lázaro, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.

Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: “¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación”.

Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: “Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?”. No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.

A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús. Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí permaneció con sus discípulos.

Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: “¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?”. Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo.

40 días de desierto

Sólo hay una manera de atravesar un desierto. Sólo una. Al adentrarse en él pronto sobreviene la sed. El calor se torna insoportable y las piernas pesan toneladas entre la arena. Comienzan las dudas y uno cambiaría de dirección buscando un atajo, una salida rápida. Pero si das la vuelta, si cambias de dirección, esa tentación vendrá una y otra vez. Acabarás dando vueltas sobre ti sin salir de ese mar de arena y dunas.

Sólo hay una manera de atravesar un desierto y es mantener la dirección que uno traía determinada al inicio. Lo importante entonces es saber resistir, es ser fiel al rumbo primero, cuando el calor derrite las convicciones que te hicieron entrar en ese lugar duro y difícil.

Nuestra vida tiene mucho de desierto: una relación de pareja, una vocación, un voluntariado o una carrera. Son experiencias que pueden tornarse monótonas, áridas, en las que uno cambiaría de dirección buscando la promesa de un aire más fresco. Pero sólo llega hasta el final quien sabe apretar los dientes y mirar al frente, quien se mantiene fiel a la palabra dada, quien da valor a su compromiso en la alegría y la duda.

Carlos Gómez Vírseda, SJ.