De la Feria.
Sant 5, 1-6; Sal 48, 14-15b. 15c. 16. 17-18. 19-20 (R.: Mt 5, 3).
Evangelio según San Marcos 9, 41-50
Jesús dijo a sus discípulos: «Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.
Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.
Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena.
Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
Porque cada uno será salado por el fuego. La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros».
Espíritu de independencia
Corres de un lado para otro como si te fuera la vida en ello; quieres gritar a voz en cuello que ya basta; eres cómplice de mil y una penitencias con tal de encontrar eso que andas buscando: una ansiada independencia que parece que nunca llega, aun cuando crees acariciarla con los dedos.
Pero te has enredado. No tienes casi capacidad de maniobra y te sueñas en islas desiertas o bosques apartados. Sentarse en la calma de la orilla te hace notar con más fuerza el peso de lo que te ata y no terminas de ver la solución. No siempre es así, pero encuentras enganches a mil cosas en las que nunca creíste, pendiente de las miradas de personas que no conoces y sin hablar por no posicionarte. Parece que prácticamente nada de lo que hagas hará que salgas a flote.
Sin saber cómo, aunque todos los carteles con los que te cruzas parezcan llevarte de vuelta a ti mismo, te descubres esperando algo que, por fin, no eres tú. No sabes de dónde ha salido, pero está ahí. Puede que haya sido el cansancio o que la lucha haya abierto las barreras. Estás esperando un espíritu que haga vivas aquellas palabras que quieres escuchar como el primer día, que anuncian una libertad diferente, sin engaños de idealidad… Una mano tendida que tire con fuerza y te diga: «deja todas esas redes y sígueme».
Jaime Espiniella, SJ.