Feria Privilegiada. Morado.
Ml 3, 1-4. 23-24; Sal 24, 4-5. 8-10. 14; Lc 1, 57-66.
Evangelio según San Lucas 1, 57-66
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: “No, debe llamarse Juan”. Ellos le decían: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”. Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Éste pidió una pizarra y escribió: “Su nombre es Juan”. Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: “¿Qué llegará a ser este niño?”. Porque la mano del Señor estaba con él.
Estar con el Niño
El camino del Niño es el camino del Dejarse recostar (“María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada”).
Dejarse recostar es dejarse colocar por Dios en un lugar de descanso. No el descanso de la comodidad, sino el que da, estarse en el lugar que Dios nos puso.
Este, es quizás, el camino más difícil a recorrer en Adviento. Por eso, nos lo enseña en su propia carne recostada en un pesebre de animales.
Cada uno verá cuál es ese lugar donde tiene que dejarse recostar para poder descansar de todo ese cansancio que viene cuando la carne se rebela. Descansar, sabiendo que Dios, no nos abandonó allí, sino que nos recostó junto a él.
Para algunos será dejarse recostar sobre la propia enfermedad, los propios límites, o la propia debilidad, y descubrir que en ella y junto a ellos, está Dios.
Para otros será dejarse recostar sobre la propia vocación, la propia misión, la propia llamada, y descansar de la soledad que conlleva vivirla, en compañía de ese Dios al que le gusta quedarse a solas con nosotros.
Para otros, será dejarse recostar en el momento de la oscuridad, la tentación, las ganas de salir corriendo, y sentir muy cercana la oración de Jesús apartando de sí el cáliz del sufrimiento, pero aceptando beberlo si es venido del Padre.
Jesús, es el Hijo del hombre, que “no tiene dónde recostar su cabeza”. Y como él, muchas veces nosotros nos encontramos en ese mismo lugar. Lo importante, es saber que allí está Él, y que es nuestra oportunidad para estarnos con Él.
Quien viva así su Adviento, descubrirá que en el pesebre, al llegar la Navidad, en vez de un niño, hay puestos dos, y que esa cunita es el verdadero descanso de toda la humanidad, a la que Dios quiere dar a luz para recostar en sus brazos.
Javier Albisu