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4to de Pascua. Blanco.
Hech 12, 24—13, 5; Sal 66, 2-3. 5-6. 8.

Evangelio según San Juan 12, 44-50

Jesús exclamó: «El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió. Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas.

Al que escucha mis palabras y no las cumple, Yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que Yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día.

Porque Yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y Yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó.»

Jesús, bajando a los infiernos, muestra el triunfo de su resurrección

«Mi alma engrandece al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador» (Lc 1, 47).

No sabemos si aquella mañana del domingo visitaste a tu Madre, pero estamos seguros de que resucitaste en ella y para ella, que ella bebió a grandes sorbos el agua de tu resurrección, que nadie como ella se alegró con tu gozo y que tu dulce presencia fue quitando uno a uno los cuchillos que traspasaban su alma de mujer.

No sabemos si te vio con sus ojos, mas sí que te abrazó con los brazos del alma, que te vio con los cinco sentidos de su fe.

Ah, si nosotros supiéramos gustar una centésima parte de su gozo.

Ah, si aprendiésemos a resucitar en ti como ella.

Ah, si nuestro corazón estuviera tan abierto como estuvo el de María aquella mañana del domingo.

José Luis Martín Descalzo