Misa a elección. Feria. Verde. San Gregorio VII, papa. (ML). Blanco. San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia. (ML). Blanco. Santa María Magdalena de Pazzi, virgen. (ML). Blanco.
Sant 5, 13-20; Sal 140, 1-2. 3 y 8 (R.: 2a).
Evangelio según San Marcos 10, 13-16
Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron.
Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.
Espíritu de normalidad
Es el Espíritu de las cosas del día a día, de lo cotidiano. El que se cuela en conversaciones con una cerveza en la mano, en comidas con amigos, en tardes de cine o en ratos de deporte compartido.
Es un Espíritu que no hace ruido, no hace falta hablar de él, explicarlo o ni siquiera nombrarlo. Pero se sabe que está. En el momento, aunque se esté haciendo lo mismo de siempre, se nota que algo es distinto. Después, al recordar, uno se da cuenta de que allí estaba este Espíritu, en medio de la normalidad, del día a día.
Un Espíritu que sienten y reconocen los creyentes y los no creyentes. Aunque cada uno lo llame de una manera, se dan cuenta de que allí hay una presencia o alegría que, sin cambiar nada externamente, lo hace todo distinto.
Un Espíritu por el que hay que apostar, y estar dispuesto a ‘perder tiempo’. Porque este Espíritu nos acerca a todas las personas, enseñándonos lo que de verdad importa en la vida. Y, sobre todo, porque cuando dedicamos tiempo a otros de esta manera, este Espíritu lleva con nosotros el Evangelio a lugares a los que de otra manera no llegaría.
Dani Cuesta, SJ.
Oración por la Patria
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.
Nos sentimos heridos y agobiados.
Precisamos tu alivio y fortaleza.
Queremos ser nación,
una nación cuya identidad
sea la pasión por la verdad
y el compromiso por el bien común.
Danos la valentía de la libertad
de los hijos de Dios
para amar a todos sin excluir a nadie,
privilegiando a los pobres
y perdonando a los que nos ofenden,
aborreciendo el odio y construyendo la paz.
Concédenos la sabiduría del diálogo
y la alegría de la esperanza que no defrauda.
Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor,
cercanos a María, que desde Luján nos dice:
¡Argentina! ¡Canta y camina!
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.
Amén.